Tengo 19 años, y podría decir que llevo en contacto con las redes sociales desde los 13.
Comencé a utilizarlas en mi primer año de instituto. Existía una revolución con
Messenger, el programa de mensajería que permitía la comunicación instantánea entre
dos o más usuarios.
Recuerdo que por las tardes tras llegar del instituto todos mis amigos se conectaban y pasábamos el tiempo contándonos las “batallitas” que nos habían pasado a lo largo del día, ideando planes para el fin de semana, o comentando las dudas que teníamos con los deberes. Unos años más tarde apareció Tuenti, la red social con más éxito entre 2009 y 2012. Había un universo social detrás de la gran pantalla del ordenador. Recuerdo que todo el mundo compartía sus propias fotos, vídeos, entradas, reflexiones, estados de ánimo, etc. Podías expresarte libremente, tener cientos de amigos virtuales y comunicarte con ellos, enviar mensajes privados, y en general, descubrir e indagar sobre cómo iba la vida de tus círculos sociales más cercanos y lejanos accediendo fácilmente a sus perfiles personales.
Posteriormente, y no mucho más tarde obtuve mi primer teléfono móvil, y era un lujo, ya que para conectarme a las redes no necesitaba usar el ordenador, sino que podía descargarme las aplicaciones en el móvil y acceder desde cualquier lugar. En poco tiempo y rápidamente aparecieron nuevas redes sociales muy interesantes y entretenidas tales como Twitter, Instagram, Snapchat, WhatsApp, Facebook, etc.
Y ahora hablo en presente, ya que me refiero a la actualidad, porque de esto no hace tantos años. Me resulta increíble y maravilloso poder estar en contacto con el mundo a través de tantas plataformas virtuales, aplicaciones y programas, seguir las cuentas de personajes públicos y famosos, ver lo que están haciendo mis amigos y conocidos en el momento, poder realizar vídeo llamadas con familiares que se encuentran al otro lado del charco, expresar lo que pienso o cómo me siento públicamente, en definitiva, “estar en la onda”.
Puedo decir que, por un lado las redes sociales influyen positivamente en muchos aspectos de mi vida; eso es indiscutible, ya que en gran medida, me la facilitan, son una herramienta de entretenimiento, ocio y actualidad, y desde mi punto de vista tienen más ventajas que desventajas. Sin embargo, si reflexiono y me paro a pensar por un momento echo de menos muchas cosas que las redes sociales me han quitado. Por ejemplo, echo de menos no sentirme dependiente de una máquina y necesitar acceder 50 veces al día a todas las redes sociales que conozco para ver que están haciendo los demás. Echo de menos sentarme en una mesa a cenar con mis amigos y disfrutar del momento sin que los móviles estén al lado de los cubiertos. Echo de menos ir de viaje o hacer planes y no tener la necesidad de publicar una foto para que todo el mundo vea dónde estoy y se percate de lo bien que me lo estoy pasando (aunque sea mentira). Echo de menos que la gente no intente ser más que nadie y mostrar todo lo que tiene y lo feliz que es, así como tener 5 amigos verdaderos con los que poder desahogarme y charlar cara a cara y no 500 personas que no conozco y son “amigos” míos detrás de una pantalla. Echo de menos no medir mi autoestima en “likes”, ni dar una imagen que no soy. Entre otras cosas, y para finalizar, echo de menos esa sensación de desconexión del mundo que a día de hoy no consigo alcanzar por estar en el interior de una gran burbuja de personas, apariencias y superficialidad que en algún momento va a terminar explotando. Y puede que mi abuela y Einsten tengan razón al decir que formo parte de una generación de idiotas, porque al fin y al cabo, al otro lado de las redes sociales y las nuevas tecnologías, se encuentra la vida real aunque no me dé cuenta.
Creo que es necesario cerrar los ojos, y pararse a pensar por un momento qué influencia quiero que las redes sociales tengan en mi vida, y ser capaz de controlarlas a ellas, y no ellas a mí. Puede que así realice un uso más consciente de ellas y les aporte la finalidad que tienen sin sobrepasar los límites. Finalmente adjunto este vídeo para concluir mi reflexión:
Recuerdo que por las tardes tras llegar del instituto todos mis amigos se conectaban y pasábamos el tiempo contándonos las “batallitas” que nos habían pasado a lo largo del día, ideando planes para el fin de semana, o comentando las dudas que teníamos con los deberes. Unos años más tarde apareció Tuenti, la red social con más éxito entre 2009 y 2012. Había un universo social detrás de la gran pantalla del ordenador. Recuerdo que todo el mundo compartía sus propias fotos, vídeos, entradas, reflexiones, estados de ánimo, etc. Podías expresarte libremente, tener cientos de amigos virtuales y comunicarte con ellos, enviar mensajes privados, y en general, descubrir e indagar sobre cómo iba la vida de tus círculos sociales más cercanos y lejanos accediendo fácilmente a sus perfiles personales.
Posteriormente, y no mucho más tarde obtuve mi primer teléfono móvil, y era un lujo, ya que para conectarme a las redes no necesitaba usar el ordenador, sino que podía descargarme las aplicaciones en el móvil y acceder desde cualquier lugar. En poco tiempo y rápidamente aparecieron nuevas redes sociales muy interesantes y entretenidas tales como Twitter, Instagram, Snapchat, WhatsApp, Facebook, etc.
Y ahora hablo en presente, ya que me refiero a la actualidad, porque de esto no hace tantos años. Me resulta increíble y maravilloso poder estar en contacto con el mundo a través de tantas plataformas virtuales, aplicaciones y programas, seguir las cuentas de personajes públicos y famosos, ver lo que están haciendo mis amigos y conocidos en el momento, poder realizar vídeo llamadas con familiares que se encuentran al otro lado del charco, expresar lo que pienso o cómo me siento públicamente, en definitiva, “estar en la onda”.
Puedo decir que, por un lado las redes sociales influyen positivamente en muchos aspectos de mi vida; eso es indiscutible, ya que en gran medida, me la facilitan, son una herramienta de entretenimiento, ocio y actualidad, y desde mi punto de vista tienen más ventajas que desventajas. Sin embargo, si reflexiono y me paro a pensar por un momento echo de menos muchas cosas que las redes sociales me han quitado. Por ejemplo, echo de menos no sentirme dependiente de una máquina y necesitar acceder 50 veces al día a todas las redes sociales que conozco para ver que están haciendo los demás. Echo de menos sentarme en una mesa a cenar con mis amigos y disfrutar del momento sin que los móviles estén al lado de los cubiertos. Echo de menos ir de viaje o hacer planes y no tener la necesidad de publicar una foto para que todo el mundo vea dónde estoy y se percate de lo bien que me lo estoy pasando (aunque sea mentira). Echo de menos que la gente no intente ser más que nadie y mostrar todo lo que tiene y lo feliz que es, así como tener 5 amigos verdaderos con los que poder desahogarme y charlar cara a cara y no 500 personas que no conozco y son “amigos” míos detrás de una pantalla. Echo de menos no medir mi autoestima en “likes”, ni dar una imagen que no soy. Entre otras cosas, y para finalizar, echo de menos esa sensación de desconexión del mundo que a día de hoy no consigo alcanzar por estar en el interior de una gran burbuja de personas, apariencias y superficialidad que en algún momento va a terminar explotando. Y puede que mi abuela y Einsten tengan razón al decir que formo parte de una generación de idiotas, porque al fin y al cabo, al otro lado de las redes sociales y las nuevas tecnologías, se encuentra la vida real aunque no me dé cuenta.
Creo que es necesario cerrar los ojos, y pararse a pensar por un momento qué influencia quiero que las redes sociales tengan en mi vida, y ser capaz de controlarlas a ellas, y no ellas a mí. Puede que así realice un uso más consciente de ellas y les aporte la finalidad que tienen sin sobrepasar los límites. Finalmente adjunto este vídeo para concluir mi reflexión:
María Fernández Gómez-Escalonilla
2º educación infantil
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