martes, 18 de abril de 2017

Una tarjeta roja para cierta educación


Reflexionemos hoy, si les parece, sobre deporte y educación. Y es que es curioso cómo la violencia acompaña, en este caso al fútbol,  cuando en realidad su propia esencia comulga de todo lo contrario. No es la primera vez que algo tan deplorable salpica uno de los deportes más importantes de nuestro país, ni por desgracia la última, dejando en evidencia cada uno de los valores que hace grande una competición entre dos equipos.

Se ha hablado mucho sobre el último altercado ocurrido el pasado mes de marzo durante el partido entre los equipos infantiles del Alaró y del Collerense en Mallorca. Se ha condenado de mil formas la batalla, esta es la expresión más adecuada, que mantuvieron numerosos asistentes al encuentro y que ha obligado a ambos clubes a disculparse por tan bochornoso y vergonzoso acto, pero nos falta lo más importante: ¿se habrán disculpado los protagonistas ante sus hijos? Espero que sí, porque al fin y al cabo se trata de eso: de retractarse de semejante muestra de lo que no es educación.

Si ustedes han podido tener acceso a las imágenes, nada recomendables, puesto que dejan la condición humana reducida a cenizas, pero necesarias si desean ver un ejemplo de lo que no hay que hacer bajo ningún concepto, podrán apreciar con total claridad a varios padres de niños de 12 y 13 años repartiendo a diestro y siniestro, olvidándose de que su hijos estaban presentes y que están siendo espectadores de tan patético espectáculo.

Celebremos que la cosa no pasó a mayores, y lo digo porque pocos días después, en Buenos Aires, tuvo lugar una pelea entre dos equipos de fútbol /sala de jugadores de 16 años en la que un tío de uno de los chavales golpeó al entrenador del equipo rival provocándole un coma que causaría su muerte 4 días después. Este triste hecho refleja la magnitud del problema de la violencia en el mundo del fútbol y en la sociedad en general, cómo niños y adolescentes de todo el mundo beben de una educación exenta de los valores más esenciales.

Aunque no debiera hacer falta mencionarlo, es de eso de lo que estamos hablando: de la educación que estamos inculcando a los más jóvenes, de los ejemplos que damos los adultos con nuestros actos,  y de la forma en la que proyectarán esas vivencias en el futuro. Ser un buen espejo es algo implícito en la educación de cualquier ciudadano, e insisto porque aquí, parte de la “tribu”, en palabras de Marina, no se entera de que el acto de educar atañe a toda la sociedad, y que ese ejemplo es el principio básico del proceso.

Si todavía hay quien duda del  nefasto y contraproducente impacto educativo de este tipo de conductas, hagan por un momento memoria e imagínense cualquier actividad deportiva (o lúdica) que practicaban de niños, ¿cómo se sentirían si viesen a su padre liarse a puñetazo limpio por una discrepancia pueril en un deporte que debiera servir precisamente para lo contrario: fomentar valores como el respeto, el trabajo en equipo…? ¿Cómo se sentirían si por ello acabara malherido? ¿Imaginan el terror que hubieran sentido? ¿Y las sensaciones antes de acudir a la cita del siguiente fin de semana? Y esto pueden trasladarlo a cualquier aspecto de la vida, no sólo al fútbol y al deporte.

Hay valores tan importantes que pueden potenciarse a través del deporte, valores que una persona nunca olvida y que son dignos de poder ser inculcados a nuestros hijos, que me cuesta creer que se desvíe la atención, llegando a las manos, hacia si ha sido o no fuera de juego.

Además del compañerismo y del trabajo en equipo, el deporte debiera servir como herramienta educativa en aspectos tan importantes como la constancia, que enseña que los éxitos se consiguen con una sucesión de pequeñas victorias cada día que pasa; el respeto por la figura del entrenador, entre otros,  que dedica sus esfuerzos a convertirte en una persona mejor; o la amistad que se forja por compartir momentos felices unas veces y amargos en otros. Si eso no significa nada para ustedes, ¿en qué están pensando cuando hablan de educación?

Porque no me cansaré de repetirlo: aquella es la base en la que se asienta todo lo demás. Y es que la simple adquisición de conocimientos no tiene sentido si no hablamos de valores, que son los que permiten que una persona se forje como tal: la honestidad, el respeto, la colaboración mutua o la misma resiliencia, por citar algunos.  Actuaciones como las que comentamos son la antítesis de lo que defendemos.

Déjenme citar a Francisco José Ramo Usón, Presidente del Comité Aragonés de Árbitros de Fútbol,  que en una entrevista para este mismo diario y en referencia al suceso ocurrido en Mallorca, dijo: “Además de entrenar niños, habría que entrenar padres”. Esa frase resume en parte  lo que quiero transmitir en este artículo.

Que de una vez por todas nos sirva de ejemplo lo ocurrido, que en nuestro día a día no volvamos a olvidarnos hasta que otra vez los medios consideren noticiables semejantes conductas: somos el faro de toda una generación a la que, si no indicamos bien el camino, haremos encallar en el deporte y, por supuesto, en la vida.

¿Nos enteramos?

Miguel Ángel Heredia García

Presidente de Fundación Piquer

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