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Profesor D. Agustín Chozas |
"Sin embargo...
en cada vuelo,
en cada vida,
en cada sueño,
perdurará siempre la huella
del camino enseñado “
(Mario Benedetti)
Puede sorprender que se ponga en
duda, para empezar, una cuestión
que parece indiscutible. A primera
vista, nadie se atrevería a dudar sobre
la necesidad de que existan las
escuelas, sobre la necesidad de que
niños y jóvenes asistan obligatoriamente
a las instituciones educativas.
¿Dónde está, pues, el problema
que se plantea? En resumen, en la
práctica histórica: las escuelas han
sido (y lo siguen siendo) espacios
frecuentes para la manipulación
política, campos de batalla de intereses
bastardos alejados de todo
punto no ya del bien común, sino
hasta del sentido común. Habrá
que argumentar esta afirmación:
diez argumentos y un epílogo.
1.- La falacia de las “leyes de educación
“. Desde la Constitución española
hasta hoy no ha dejado de
crecer la selva legislativa. Leyes de
ámbito estatal, de rango autonómico, iniciativas mil, errático y sin
objetivos realmente educativos. Al
final, se ha configurado un cuadro
teatral como si se tratara de un
producto en el mercado. ¿Dónde
está la bonanza educativa? Los
resultados publicados no animan
demasiado y, lo que es peor, crece
la desazón como si se estuviera
ante algo irremediable. Después de
tres décadas de legislación educativa
habrá que concluir que ni el
problema está en las leyes, ni éstas
responden a la realidad de las
escuelas. Si entramos en el detalle
de los planes del estudio y el currículum de materias y asignaturas, la
instalación permanente de la enseñanza española en el siglo XIX es
una evidencia.
2.- Apelación al sentido común.
¿Por qué los expertos legisladores
educativos no se toman la molestia
de conocer qué son en la realidad
cotidiana las escuelas? La respuesta
puede estar en que lo real
no coincide con intereses miopes,
porque el “largo plazo educativo”
no responde bien a la necesidad
de que toda medida política dé
buenas rentas hoy, no mañana.
3.- Las cifras de la inversión educativa.
Sencillamente, suelen ser
mentiras construidas con medias
verdades. En el mejor de los casos,
no son transparentes y, en consecuencia,
no debieran ser tenidas
en cuenta como aval de la acción
política y educativa.
4.- Las necedades de un currículum
anclado en el pasado, acumulativo,
repetitivo, con contenidos
fuera de la realidad y, lo que es
peor, ideologizados por intereses
fuera también de las exigencias
del tiempo presente. ¿Se querrá
abordar alguna vez, por ejemplo,
la cuestión de qué saberes básicos
son objetivamente básicos en la
educación primaria?
5.- Los centros están siempre en el
punto de mira del “gran inquisidor”.
Debiera, cuando menos, suponerse
que los profesores son quienes mejor
conocen las escuelas o, en todo
caso, quienes están en mejor disposición
para tener un conocimiento
contrastable. Pues, no parece tal. El
ojo político, el ojo del experto, el ojo
del teórico, del “gran gendarme” ha
decidido vigilar sus intereses, proclamar
la autonomía de los centros,
pero “con nosotros delante”.
6.- El profesorado también tiene su
parte en la imagen deformada de
las escuelas. La atonía, la falta de
responsabilidad profesional, la falta
de sentido altruista de su trabajo y
el adocenamiento se han adherido,
en no pocos casos, a una práctica
en la que las minorías han ido cediendo
los espacios de la ética profesional,
del buen estilo, del sentido
del trabajo “pese a todo”.
7.- La necesaria regeneración profesional.
Existen las salidas y el profesorado
podría librarse de la atonía
social dominante y absorbente si
empezara eliminando tanto ídolos de
la tribu como se han ido acumulando
en una larga tradición histórica: la falsa
representatividad, la floración permanente
de expertos educativos, el
manual de soluciones inmediatas, las
promesas, los milagros repentinos, la
necedad, en una palabra.
8.- ¿Qué hacer con los entrometidos?
Merecen un capítulo aparte
y constituyen una fauna que
invade sin pudores los espacios
que debieran estar reservados a
los concernidos en las escuelas;
alumnado, profesorado, familias.
El resto… es paisaje e ignorancia.
Y la ignorancia no la resuelven los
votos, por cierto. Ni los votos son
un blindaje universal o un cheque
en blanco. El voto obliga al respeto.
9.- Las escuelas no son respetadas
en la medida en que son el lugar
básico del derecho humano a ser
humano. Las escuelas responden a
necesidades humanas que son derechos
humanos y, por lo mismo,
obligan a todos.
10.- Escuelas tan deformes están
dejando de ser necesarias para sociedades
tan complejas como las
actuales. La sociedad ha perdido
finura olfativa y vale cualquier camino
que conduzca al éxito social y
económico. ¿Era eso la educación?
Epílogo. Son necesarias otra escuelas
que se basen no ya en el
sentido común (parece deseable)
sino en el bien que sea común a
todos los humanos por ser tales,
es decir, escuelas que recuperen
el valor de los derechos humanos
en una sociedad global que no deje
descolgados a los más débiles e indefensos,
ahondando la desigualdad
y, finalmente, que sean fuertes
para poner coto a los invasores.
(Lectura recomendada: “La economía
del bien común”, Christian
Felber, 2012).
Agustín Chozas Martín - Profesor
e Inspector de Educación
Marzo 2015 en Revista educa-t nº 7