Inicio esta reflexión rememorando mi infancia. Antes, concebía que la cantidad de amigos en el colegio era un indicador de éxito, aspirando a la popularidad y a la aceptación general. Es por eso que, evitaba la soledad y buscaba siempre la compañía de otros. Con el transcurso del tiempo, he comprendido que las relaciones no son algo que puedan forjarse con cualquiera. Cada individuo es único, y la cantidad de amigos no determina su valía.
Cuando somos niños, no elegimos con quién interactuar; de manera indirecta, nos vemos inmersos en un entorno donde establecer vínculos es inevitable. Este fenómeno se manifiesta desde la más tierna infancia, cuando nos vemos rodeados de compañeros de clase con los que compartiremos experiencias hasta al menos sexto grado de primaria. Sin embargo, ello no implica que nuestras relaciones sean uniformes; factores como el lugar de residencia, el grado escolar o incluso la composición de la clase, influyen en nuestras interacciones.
A medida que nos mudamos por motivos de estudio o trabajo, nuestro círculo social se amplía, y empezamos a conocer a más personas. Con el paso del tiempo, adquirimos la capacidad de diferenciar quiénes se asemejan a nuestra personalidad y con quiénes compartimos afinidades. Es en este punto donde las relaciones genuinas florecen, basadas en afinidades mutuas y una conexión personal.
Es importante reconocer que las personas cambian y evolucionan, lo que puede conducir al distanciamiento en las relaciones. A medida que crecemos, nuestras responsabilidades y prioridades se transforman, lo que puede influir en nuestras interacciones sociales. Sin embargo, creo firmemente que las relaciones sólidas perduran cuando ambas partes se esfuerzan por mantenerlas.
En resumen, si bien es cierto que las relaciones pueden evolucionar y transformarse con el tiempo, aquellas en las que existe una conexión auténtica desde el principio tienen más probabilidades de perdurar. El cuidado y la atención mutuos son fundamentales para mantener viva una relación a lo largo del tiempo.
Alejandra González Muñoz,
2º Magisterio Educación Primaria, UCLM.
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