Quería tener mi propia participación en el periódico “El Recreo”, y me parecía muy interesante hablar de una de las leyendas más atrayentes que existen en Toledo. Creo que a veces somos ajenos a estas historias aún siendo parte de nuestra ciudad. Por ello, creo que a la mayoría os parecerá curioso leer esto.
LA MANO ENSANGRENTADA
Duros eran los presagios y recio el calor en tierras del Reino de Portugal. Pedro Suárez, alcalde mayor de la muy noble ciudad de Toledo, miraba soportando las duras condiciones el campo de batalla, presto a defender a su señor, Juan I de Castilla. Era un 14 de agosto de 1385, y sobre su montura contemplaba la extensión de ambos ejércitos, a un lado, los castellanos, y al otro, los soldados de Juan I de Portugal. Algo más de 30.000 soldados esperaban la terrible orden, que les impulsaría a dejar su vida por su Rey.
Duros eran los presagios y recio el calor en tierras del Reino de Portugal. Pedro Suárez, alcalde mayor de la muy noble ciudad de Toledo, miraba soportando las duras condiciones el campo de batalla, presto a defender a su señor, Juan I de Castilla. Era un 14 de agosto de 1385, y sobre su montura contemplaba la extensión de ambos ejércitos, a un lado, los castellanos, y al otro, los soldados de Juan I de Portugal. Algo más de 30.000 soldados esperaban la terrible orden, que les impulsaría a dejar su vida por su Rey.
Seis de la tarde. El sol aún era fuerte y hacía brillar las armaduras, bajo las que se cocían los cuerpos de los soldados. El polvo que levantaban los miles de pies hacía irrespirable el ambiente, y el machacar de los metales hacía insoportable la espera; los animales, caballos y perros que acompañaban a los más nobles también mostraban su desesperación y nerviosismo por entrar en batalla. El cansancio por el calor y el movimiento de tropas se hacía notar, pero ésta era la oportunidad. Era la oportunidad de declarar propiedad del Rey de Castilla los territorios portugueses.
Los dos ejércitos esperan, frente a frente, el inicio de la batalla. Fuertes gritos oye Pedro Suárez desde el flanco de la caballería francesa que acompaña a sus tropas. Se inicia la batalla.
Tras unos momentos de desconcierto, las bajas entre los caballeros son muy fuertes, debido a la lluvia de flechas portuguesas. Otros tantos son hechos prisioneros. En breve tocará a Pedro Suárez y su grupo de caballeros y soldados avanzar, y así lo hacen.
Mientras miles de hombres avanzan lentamente por la inclemente tierra portuguesa, Pedro vuelve mentalmente a su Toledo, con la vista fija en el ejército portugués, pero con sus pensamientos puestos en el día antes de salir para defender el honor de su Rey. Y recuerda con amargura cómo su hija le declaró su intención de servir a Dios, en contra de la voluntad de su padre, y cómo éste se lo prohibió, pues ya la veía casada con un noble toledano que a buen seguro le ofrecería más comodidades que la vida conventual. Y viendo que su hija no obedecía y que la hora de partir se acercaba, ya vestido para el viaje, volvió a buscar a su hija, y de nuevo la pregunta:
- Hija, ¿has dejado la idea de entrar al convento?- No Padre, ruego me perdones, y que cedas ante mi voluntad, pues a Dios servir quiero.
Pedro Suárez, enojado, y harto de la desobediencia de la hija, entró en cólera, y quitándose el recio guantelete abofeteó a su hija y la hizo ver que ni muerto permitiría que su hija desobedeciera su voluntad. Y marchó hacia Aljubarrota, donde ahora se encontraba cabalgando hacia una suerte incierta.
Con éste recuerdo en mente, y con no poco pesar, comienza a golpear con la espada y tras varios minutos repartiendo estocadas es derribado del caballo por un certero golpe de lanza de un soldado portugués y siente cómo otro le cercena la mano derecha, con otro golpe de espada.
Sus últimos pensamientos, ya en el suelo y viendo cómo se le escapa la vida, son para su Toledo, para su hija…
Cae el Sol y los Castellanos se retiran apresuradamente del campo de batalla, derrotados. Miles de muertos yacen en el campo portugués por la ambición de dos reyes llamados Juan. Pedro Suárez yace muerto, con su fiel perro al lado.
Varias semanas después, en Toledo, la hija de Pedro ya profesaba como monja en el Convento de Santa Isabel. Una mañana, al escuchar unos lamentos en la puerta del Convento, abren la puerta y allí descubren una imagen terrible: un perro trae en la boca una mano ensangrentada. No pudiéndolo evitar, el animal entra en el convento y deja la mano en el patio. La hija de Pedro, aterrorizada, observa cómo en la mano está el anillo que perteneció a su difunto padre, y buscando al animal, descubre a uno de los más fieles perros que acompañó a su padre a la batalla en Portugal.
Su padre, aún muerto, hizo ver así a su hija su disconformidad con la decisión de servir a Dios.
Pasado algún tiempo, se recuperaron algunos cuerpos de la batalla, entre ellos el de Pedro Suárez, y en el Convento de Santa Isabel fue enterrado, en un mausoleo situado en el coro del monasterio, y en éste se podía ver la figura del perro con el miembro entre los dientes, en forma de estatua, a los pies de su Señor.
En recuerdo de esta leyenda, Toledo tiene hoy una calle denominada “de la Mano”.
Espero que os haya gustado!
Rebeca Cabañas Rizaldos
3º Lenguas Extranjeras
Enlace recomendado:
http://www.leyendasdetoledo.com/
(por Juan Luis Alonso ex alumno de Magisterio).
Foto del artículo tomada de:
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