Los premios y los castigos son recursos pedagógicos empleados en educación para garantizar la repetición de conductas o comportamientos deseables (premios) y eliminar o corregir aquellos indeseables o inadecuados (castigos). Pero dado que su uso puede provocar en muchos casos la respuesta contraria, conviene plantear cuál es su sentido con arreglo a los avances de la investigación pedagógica.
En todo proceso educativo aparecen casi de manera inevitable premios y castigos. Existen diversos estudios que verifican que tanto unos como otros contribuyen a mejorar la respuesta educativa, pero también es cierto que existen otras investigaciones que afirman que tal y como se usan no generan el efecto deseado que pretendemos conseguir con ellos. Es decir, que gracias a su correcta utilización los niños aprenden a corregir y superar el error o a repetir la conducta deseada. Por el contrario, si los empleamos incorrectamente, los alumnos tomarán premio o castigo como condición necesaria para corregir el error o para realizar de nuevo la conducta deseable, es decir, que se convertirían en sustitutos del objetivo deseado, estableciéndose una situación de dependencia entre acción y premio-castigo. Perderían de este modo su valor educativo y ya no se trataría, por ejemplo, de estudiar para saber, sino de estudiar para recibir un premio o un castigo: "qué me das si estudio", "qué me haces si no estudio".
Por lo tanto, el reto fundamental en educación está en entender que ambos recursos no son una condición necesaria para el logro de la respuesta educativa, sino un recurso para motivar la realización de la acción y de reforzamiento de la acción realizada. Para ello es fundamental conocer los criterios básicos para que ambos sean eficaces.
En todo proceso educativo aparecen casi de manera inevitable premios y castigos. Existen diversos estudios que verifican que tanto unos como otros contribuyen a mejorar la respuesta educativa, pero también es cierto que existen otras investigaciones que afirman que tal y como se usan no generan el efecto deseado que pretendemos conseguir con ellos. Es decir, que gracias a su correcta utilización los niños aprenden a corregir y superar el error o a repetir la conducta deseada. Por el contrario, si los empleamos incorrectamente, los alumnos tomarán premio o castigo como condición necesaria para corregir el error o para realizar de nuevo la conducta deseable, es decir, que se convertirían en sustitutos del objetivo deseado, estableciéndose una situación de dependencia entre acción y premio-castigo. Perderían de este modo su valor educativo y ya no se trataría, por ejemplo, de estudiar para saber, sino de estudiar para recibir un premio o un castigo: "qué me das si estudio", "qué me haces si no estudio".
Por lo tanto, el reto fundamental en educación está en entender que ambos recursos no son una condición necesaria para el logro de la respuesta educativa, sino un recurso para motivar la realización de la acción y de reforzamiento de la acción realizada. Para ello es fundamental conocer los criterios básicos para que ambos sean eficaces.
· Criterios básicos para que un premio sea eficaz:
- Han de ser aplicados a muy corto plazo de la situación premiada. Un excesivo plazo entre la situación y la aplicación del premio dificulta la necesaria vinculación entre ambos.
- Han de ser de carácter inmaterial, para evitar que sea el mero premio lo más deseable de la situación pretendida. Un premio es una palabra amable, una sonrisa, una alabanza.
- La abundancia de premios provoca saturación y éstos acaban perdiendo su efecto positivo.
- No han de aplicarse a actividades que se espera que se realicen de manera ordinaria.
· Criterios básicos para que un castigo sea eficaz:
- Deben aplicarse de forma inmediata.
- Siempre que se actúe de la misma forma será aplicado.
- Han de quedar claros los motivos por los que se aplica el castigo.
- Han de ser proporcionales a las conductas indeseables.
- Los niños deben conocer el/los comportamientos por los cuales no les será aplicado el castigo.
También me gustaría destacar que pese a las investigaciones recientes sobre el tema tratado, Skinner, defensor del conductismo y pionero en el estudio del condicionamiento operante, no abogaba por el uso del castigo, sugiriendo en su investigación que se trataba de una técnica ineficaz de controlar la conducta, usado generalmente para realizar pequeños cambios en el comportamiento.
Para finalizar quisiera, en primer lugar, recalcar que, pese a que creo o espero que en la actualidad ya no suceda, hay que eliminar todo tipo de castigo físico. Éste degrada a quien lo recibe, pero sobre todo, deshonra a quien lo imparte. Y en segundo lugar, insistir en la importancia que tiene el saber utilizar premios, castigos y todo tipo de refuerzos para lograr la respuesta esperada por parte de nuestros alumnos y, que su uso, no puede ser indiscriminado ni generalizarse.
Ana Quintanar Braojos.
2º A Educación Infantil.
ana_quintanarB@hotmail.com
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