Edgar es un joven de 21 años, que solo mueve la mano y los pies por una enfermedad rara que le ha postrado en una silla de ruedas. La universidad donde estudia ha creado una beca que le costea el alojamiento en un colegio mayor adaptado del campus de ciudad universitaria. Y también una persona que le atiende la mayor parte del día para que se olvide de la batalla contra los obstáculos de la ciudad que le impedían llegar a clase a tiempo.
El sueño de Edgar es ser matemático para trabajar algún día en una empresa del sector espacial. Edgar no puede hacer nada por sí mismo. El joven perdía mucho tiempo en rutas alternativas de transporte por culpa de las averías. El problema es que sus profesores no podían atrasar la clase por él. No le esperaban y cuando quería llegar, ya había sonado la campana. Así que se quedaba muchos días sin ir. Ahora Edgar solo coge un autobús de la Empresa Municipal de Transportes enfrente del colegio mayor, que está a menos de dos kilómetros de la Facultad de Matemáticas. Y llega siempre a tiempo. Ha pasado de no llegar a ser el más rápido. Un ejemplo de sus ganas de comerse el mundo.
Sin apenas recibir lecciones, Edgar aprobó el curso pasado todas las asignaturas. "Es brillante; tiene el universo en la cabeza", cuenta Esteban Sánchez, el delegado del rector de la UCM para diversidad y medioambiente, y uno de los impulsores del plan que permite al joven ir al aula como el resto. Porque esa es su obsesión: "Yo, a clase como los demás", insiste.
La persona que asiste a Edgar en la residencia de estudiantes se encarga de cambiarle de postura, asearle, vestirle y darle el desayuno. También le ayuda con los ejercicios de clase, le imprime los apuntes y le pasa las páginas de los libros para que pueda estudiar.
Gamboa reconoce que la discapacidad de los alumnos la atienden los docentes: "Si tenemos que estar tres horas más con él cuando haya que examinarle, estaremos". Una actitud diferente de la que tuvo otro profesor en el instituto, quien le aseguró que no sería universitario por su discapacidad. "No le hice ni caso; persigo mi sueño", cuenta Edgar. Y no le falta ayuda para alcanzarlo. Sus compañeros siempre están pendientes de él. Es uno más. Es como los demás.
La actitud es la fuerza más poderosa del cambio.
Miriam González Plaza
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