Las acciones que contribuyen a convertir una ciudad grande en una "gran ciudad" son aquellas que se realizan en la ciudad misma, en sus calles o en cualquier lugar que sea susceptible de acoger un encuentro entre personas que han llegado hasta ahí con el fin de ayudar o de ser ayudados. Pero la imagen que pretenden dar al exterior las grandes urbes en muchos casos confronta con su propia realidad.
Con el paso de los años, el avance de la tecnología nos va privando de ver por las carreteras una escena típica; aun así nos queda el recuerdo. ¿Quién no ha empujado por la cuneta su coche que a mitad de camino se había detenido? De igual forma, hay personas que parecen no estar integradas en el ritmo vertiginoso que la ciudad impone y se encuentran al borde de las calles, quizás esperando un pequeño empujón.
Algunos van a tal velocidad que cualquier coche parado les es casi imperceptible. También hay conductores cuya preocupación por no chocar ni ser arrollados les hace esquivar el vehículo detenido. En ocasiones algunos apenas se asoman por la ventanilla y así logran diferenciar qué es eso y qué aquello que va quedando atrás. Y por último, los hay que detienen su coche y se remangan la camisa para empujar como uno más; ¿cuál será la recompensa que recibirá el conductor que detenga su automóvil?, ¿quién será el causante de que el coche arranque o no?, y en definitiva, ¿por qué esa persona se paró a ayudar?
El tiempo, la implicación personal en los proyectos, la presencia física y el esfuerzo mental puestos al servicio de la mejora de la sociedad, dirigido a lo que a vista de todos nosotros es susceptible de mejora, a aquél que pide ayuda, es uno de de los agentes de cambio más potentes con los que cuenta una ciudad.
La escuela, lugar de socialización por excelencia, es un lugar ideal para promover el voluntariado, porque el efecto de estas buenas acciones es mayor al estar regladas y dirigidas hacia un fin específico. El voluntario, cuenta con una estructura detrás que le permite sentirse respaldado en todo momento en el ejercicio de su tarea, más teniendo en cuenta que las acciones se realizarán sobre colectivos o aspectos sensibles de la sociedad. De forma recíproca, el voluntario representa con sus decisiones, además de a su propia persona, a todo el sistema que posibilita ese trabajo y, de una u otra manera, el esfuerzo de todos los ciudadanos por ayudar a sus semejantes.
Desde pequeños, los niños pueden conocer cuál es el movimiento asociativo cercano a él y cuáles son sus objetivos, normalizando la participación en ellos y creciendo con el sentido de pertenencia a la sociedad en la que vive y con la sensación de ser agente de cambio. Con todo ello, la energía que nace de la voluntad de contribuir a la mejora de la sociedad e integrarse en un grupo de este tipo encontrará dos grandes obstáculos en su camino. Por un lado, el compromiso con el proyecto en el que se trabaja puede llegar a requerir una gran implicación personal que pugnará con las propias fuerzas y con el resto de obligaciones hasta, incluso, llevar al voluntario al agotamiento (de la "voluntad") y, por otro lado, existe un factor que potenciará lo anterior: después de meses tratando de ayudar a una persona a salir de una situación difícil, es posible que vuelva a estar aún "peor" que al principio, lo que conllevará un sentimiento de frustración. Situaciones como ésta ocurren inevitablemente porque la solución a un problema depende de tantos factores que simplemente las circunstancias incontrolables pueden hacer retroceder a lo que creíamos que había sido superado.
Para prevenir o paliar estos sentimientos es imprescindible el trabajo en equipo. La institución correspondiente deberá responsabilizarse de velar por el voluntario y no exigirle más que aquello que fue acordado. También debe recordarse cuando sea oportuno que los éxitos y los fracasos de este tipo de trabajos, además de ser relativos, no son atribuibles a ningún miembro del equipo en particular, ni siquiera al equipo completo, sino que los resultados (sean positivos o negativos) van adquiriendo forma a lo largo del tiempo y son consecuencia de todos. Así se aplacan las metas irreales que llevan el objetivo de una sola intervención a obtener efectos inmediatos y a la vez duraderos.
Hablar sobre qué ha sucedido durante la jornada de voluntariado pone en juego la conducta de uno mismo en situaciones concretas. La visión de otros compañeros o el diálogo entre todos contribuye a que el voluntario tenga siempre presente cuáles son los límites de su trabajo dentro de los que se puede mover, qué alternativas a su actuación plantean los compañeros o simplemente la posibilidad de tener una visión diferente que sin duda enriquecerá la suya. La periodicidad de estas reuniones deberían estar amoldadas a la disponibilidad de los miembros la mayoría de las veces, pero las reuniones periódicas son necesarias y además fomenta la responsabilidad con la organización. Estos encuentros son ocasiones óptimas para verter en ellos sinceridad sobre asuntos del trabajo que el grupo manejará, con el fin de mejorar en la ayuda y que serán supervisados por los coordinadores.
La formación práctica del voluntario se encuentra en el desempeño de la tarea; en este caso la vivencia lleva intrínseca la experiencia. Además, se trata de un complemento valiosísimo para los escolares, y amplía su marco de socialización. Con respecto a la formación teórica, es a la organización a quien le corresponde ofrecer aquellas herramientas que al voluntario le sean útiles en cada caso. Dependiendo del tipo de voluntariado la formación irá orientada en un sentido u otro, y eso será incorporado a los conocimientos del voluntario. De esta forma, la información proporcionada por parte del coordinador y de los compañeros será utilizada en su trabajo, pero no podrá olvidarse de ello cuando termine su tarea.
Saber escuchar, respetar y compartir las diferencias, reconocer sentimientos propios acerca de la relación con el otro, aceptar motivaciones personales, empatía y responsabilidad, son factores necesarios a tener en cuenta en todo momento a la hora de realizar voluntariado y, en definitiva, en cualquier acto de comunicación interpersonal. Además de lo que uno debe saber o aprender para desarrollar en cada caso concreto, estas destrezas son un instrumento fundamental y revertirán en la vida cotidiana del voluntario. El lugar en el que se aprendan estas cosas, será el aula de formación aunque también se podrán aprender en el trabajo mismo, todo dependerá de la coyuntura particular del centro. Siendo los valores anteriormente mencionados algo deseable, no siempre se posee dominio sobre ellos, también habrá personas que no tengan una buena conexión con sus emociones y, en definitiva, habrá gente que necesite de este tipo de aprendizaje. Si alguien así llega a aceptar que hay una motivación personal implícita en su deseo de que una persona consiga su objetivo, ya sea por identificación con ella o por cualquier otra razón, habrá descubierto algo importante dentro de sí y su relación con demás será sin duda un poco diferente.
Te animo a mirar a los ojos a quien está en la cuneta, a detener tu coche un momento y… ¡a empujar!
Cristina Medina Hidalgo.
Fundación Escuela Teresiana www.escuelateresiana.com