Los niños, como muchos adultos, llevan confinados ya mes y medio, una situación excepcional como respuesta a la pandemia de la Covid-19 que podría alargarse más, hasta mayo, y que está afectando a todas las áreas clave del neurodesarrollo de la primera infancia (hasta los 7 años): desde el movimiento, a las relaciones sociales, el juego o el aprendizaje.
El confinamiento está pasando factura a la salud de los niños, sobre todo de los más pequeños. "Están sufriendo una cantidad de estrés anormal que tendremos que ayudarles a mitigar si no queremos que enfermen", advierte la psicóloga Alicia Álvarez, directora asistencial de la Unidad de Trauma, Crisis y Conflictos de la Universidad Autónoma de Barcelona (UTCCB).
El hecho de no poder estar en contacto con sus iguales, ni con sus profesores, que en esta edad son figuras de referencia importantísima; de no poder salir al parque a correr y a jugar; sumado a no entender qué pasa, al miedo, y a las condiciones que vean en casa, con padres que pueden haber perdido su trabajo o con abuelos enfermos, les genera ansiedad, frustración, estrés, que no saben elaborar porque no tienen aún las herramientas emocionales necesarias para ello", considera Lluís Díaz, psicólogo sanitario del Centro de Salud Mental Infantil y Juvenil de Gracia (CSMIJ) gestionado por la Fundació Eulàlia Torras de Beà.
Cuanto más larga sea la cuarentena, el riesgo de que acabe teniendo un impacto en la salud psicológica de los niños a largo plazo será mayor, alertan los expertos. "Aunque no hay evidencia científica de cómo puede afectarles el confinamiento, porque es una situación nueva, se dan factores que sabemos pueden aumentar el riesgo de estrés y ansiedad", señala Maria Elias, psicóloga clínica de la Unidad de Atención Precoz y Unidad de Autismo del Hospital Sant Joan de Déu Barcelona.
Esta psicóloga, especialista en primera infancia, explica que el estrés postraumático es un trastorno psiquiátrico grave que necesita intervención medicalizada y que solo se puede diagnosticar cuatro meses después de la exposición al evento en cuestión que haya causado el impacto. Hasta llegar a ese diagnóstico, si se llega, lo que podemos padecer es estrés agudo.
"Muchas de las reacciones que estamos viendo ahora en los niños son fruto de ese estrés agudo, como desajustes emocionales, que les cueste más dormir, tics nerviosos, miedos, irritabilidad, regresiones como hacerse pis encima o no querer comer solos", dice Álvarez, para quien es crucial que desde las familias se trabajen esos síntomas "para tratar de evitar que vayan a más. Tenemos que hacer todo lo posible para que ni ellos ni nosotros enfermemos".
Para ello, aconsejan los expertos, hay que hablar con los hijos de los miedos que tengan, de la tristeza que sienten de no poder abrazar a sus amigos, desde la empatía, aportándoles tranquilidad y sobre todo esperanza; explicándoles que volverán a jugar con sus amigos, ir al colegio, ver a sus abuelos. También, ofrecerles actividades de descarga emocional, como espacio para correr y saltar; estructurar sus días con unas rutinas, esenciales para darles seguridad. Y, sobre todo, darles mucho afecto mediante contacto físico, besos y abrazos.
Como ocurre también con los adultos, no todos los pequeños están viviendo el confinamiento igual. La edad es un factor importante, hasta los dos años aproximadamente, si los padres están bien, los niños están bien. A partir de entonces "depende mucho del propio niño, de su capacidad de resiliencia, y también de cómo gestione la familia la angustia y la incertidumbre, de cara a aportarle un entorno seguro y estabilidad", afirma Núria Beà, pediatra del Centro de desarrollo infantil y atención precoz (CDIAP) de Gràcia, de la Fundación Eulàlia Torras de Beà.
"Todas las experiencias que vivimos modifican la estructura cerebral, toda la vida, y tienen repercusiones en nuestra salud mental a largo plazo", señala Beà, que prosigue que "es importante el acompañamiento que hagamos ahora de los niños y también una vez acabe el confinamiento, para ayudarles a digerir qué ha pasado. Seguramente, recordaremos este periodo, pero no necesariamente de forma que pueda lesionarnos la vida. Si la gente logró sobrevivir a los campos de concentración y llevar una vida plena y saludable, no hay por qué dudar que los niños también lo harán".
"Todo depende de los recursos que les podamos ofrecer", cuestiona Gus Bas, psicólogo y terapeuta familiar. Por el momento, las familias de clase media y alta están pudiendo más o menos teletrabajar y cuidar a los niños. "Se habla mucho de la oportunidad que supone de pasar más tiempo con ellos, pero ¿qué calidad tiene ese tiempo, cuando estás estresado pendiente del trabajo, o del móvil? Por no hablar de las familias monoparentales, de niños con trastornos, o directamente de niños que no tienen un entorno de seguridad o que están en centros tutelados, o en familias muy vulnerables", resalta Bas.
Habrá qué ver qué pasará ahora que muchos padres deben volver a trabajar mientras los colegios continúan cerrados, qué situaciones se generarán y qué impacto seguirán teniendo en los niños. Para Bas, "esta crisis se ha planteado desde una mirada capitalista y adulcentrista".
Algunos ejemplos de cómo el confinamiento esta afectando a los más pequeños de las casas:
- A Màlia, de tres años, desde hace algunos días sus padres le han notado que tiene un tic nervioso en el ojo y parpadea sin cesar; y se enfada mucho y está irritable, lo que es poco habitual en ella.
- Algo parecido le ocurre a Lila, que acaba de cumplir seis en pleno confinamiento; pasa de estar muy excitada y alegre a la tristeza más profunda; echa de menos a sus amigos, ir al cole, a su maestra.
- Martí, de cuatro, de repente tiene miedo de todo y no se atreve ni a ir al baño solo.
- Joana ha comenzado a tener pesadillas y encadena rabietas por las cosas más tontas;
- Petra, que hace casi dos años que dejó el pañal, ha vuelto a hacerse pis encima.