Durante mi aprendizaje previsto por los estudiantes de ciencias de la formación primaria, correspondiente al grado español educación primaria e infantil,
trabajé en un escuela infantil enfrentándome con varias historias y situaciones diferentes. Una de estas
me conmovió de modo particular.
Desde el mes de septiembre hasta el mes de junio de 2018 hice prácticas en una sección del segundo año de la escuela infantil Pascoli de
Matera (Italia), la clase estaba formada por 19
niños de edades comprendidas entre los tres y cuatro años. A mi llegada en la clase el primer día de práctica, las maestras me presentaron la clase como una clase totalmente normal,
solamente dos alumnas, mellizas apenas llegadas a clase solicitaban un poco más de atención. Las niñas,
Erika y Serena, no hablaban nunca ni con los niños de la clase ni con las maestras, no participaban de manera activa a las actividades y eran muy violentas e irascibles.
Considerando el hecho que las niñas acababan de llegar en una nueva clase, las maestras pensaron que se trataba solamente de un caso de inserción más compleja, como normalmente ocurre para algunos niños.
Asistía
cotidianamente a los llantos de estas niñas que se quedaban siempre aisladas por el resto de la clase, justo porque con ellos era difícil comunicar y tenían una actitud demasiado violenta. Las maestras durante las primeras semanas observaron a las niñas buscando estrategias para implicarlas pero con escasos resultados. Al final de la segunda semana las maestras decidieron hablar con los padres de las niñas. Del coloquio con los padres descubrieron que las niñas de origen rumano habían pasado todo el verano en Rumanía en casa de su abuela hablando sólo rumano. A su regreso a Italia las niñas ya no recordaban nada de italiano, además los padres, ambos de lengua madre rumana, a casa seguían hablando su lengua nativa. Se
explica así el motivo de la escasa interacción y el aislamiento de estas niñas: ¡probablemente las niñas entendieron lo que le se dijo pero no lograban expresarse en italiano! Se explican
también los caprichos, la cólera con que se dirigían a los compañeros y el aislarse. Eran comportamientos dictados de la frustración y del deseo de desahogar su necesidad de ser entendidas.
Después de haber comprendido el problema las maestras emprendieron una serie de estrategias dirigidas a la inserción de estas dos niñas, una de las dos enseñantes se dedicó por un par de horas al día a hacer actividades de diccionario con las niñas, repetir el alfabeto, los nombres de los miembros de la familia, de las estaciones, aprender canciones.
En un mes las niñas se introdujeron completamente en la clase, lograron hacer amistades, poniendo de su parte y mostraron una inteligencia muy aguda; a pesar de que
todavía hablaban poco con respecto a los otros niños de la clase se expresaban de modo sensato y
pertinente.
Personalmente me encariñé mucho con estas dos niñas porque las había seguido por todos esos meses, mi alegría más grande fue verlas en la
representación de fin de año actuar y cantar junto a sus compañeros sin problemas. Con respecto al principio del año escolar se habían trasformado.
Todo ésto fue posible gracias al trabajo de equipo de enseñantes y a padres que compartieron todos los pasos necesarios a la inserción de las dos pequeñas alumnas; los padres se esforzaron en hablar italiano en casa y mostraron un respeto total hacia las maestras en el planeamiento didáctico individualizado para las niñas.
He visto con mis ojos cuán importante es que padres y enseñantes compartan un itinerario educativo y
cómo el soporte de la escuela es fundamental para permitir la inserción de niños extranjeros en la comunidad acogedora.
Por su primer año en la escuela infantil ambas niñas regresaron en la categoría de Necesidades Específicas de Apoyo Educativo ve su necesidad de introducirse en una nueva cultura y sus dificultades objetivas en hacerlo.
Martina Masperi
Primero de Educación Infantil
Martina.Masperi@alu.uclm.es