Al ser monitora, me he encontrado con niños de todo tipo en los campamentos, de todas las clases habidas y por haber, pero cuando en uno de ellos me dijeron que entre los niños iba a haber uno con síndrome de Down, al principio me dio bastante miedo. Y yo sin saber que iba a ser una de las mejores cosas que me han pasado en la vida.
En el año 2017 conocí al pequeño Alejandro, un niño con una vida totalmente normal, con cuatro hermanos más igual de maravillosos que él, al igual que sus padres, quienes siempre a los monitores nos ayudaron en todo, resolviéndonos dudas, dándonos consejos, etc. Pero la verdad es que con Alejandro era todo tan natural, que en cuanto le conocí se me olvidaron todos esos miedos y prejuicios que tenía antes de conocerle. En cuanto nos presentamos todos, como normalmente solemos hacer al principio de los campamentos, vino directamente a mi a darme un abrazo y a decirme lo guapa que era, cosa que me fue repitiendo durante toda la semana que duró el campamento. Siempre nos ayudaba en todo, más que una carga, como se les suele ver, era un "mini monitor", prestándose siempre voluntario para todo, ayudándonos con su hermana más pequeña… Obviamente no todo era bonito y precioso, ya que "Ale" como le gusta que le llamen, le gustaba mucho explorar, y alguna vez se nos escapaba para "ver a caperucita al bosque", pero nada que no se pudiese solucionar.
Gracias a este campamento, me di cuenta de que a las personas con este síndrome se les relaciona directamente con unos prejuicios muy alejados de la realidad, y para mí ha sido increíble que un niño de 5 años me haya enseñado eso y mucho más.
ELENA ANAYA RAMOS