Han acabado las vacaciones: atrás han
quedado los innumerables esfuerzos, los propósitos conseguidos y un merecido, o
no tanto, descanso. Llega un nuevo curso escolar. Es hora de volver a
plantearnos retos para el nuevo ciclo, al que damos la bienvenida porque lo
hace lleno de oportunidades, metas y algunos obstáculos a los que hacer frente.
Aquí vamos a abordarlo desde el ámbito familiar, núcleo básico donde se forjan la educación y los
valores de los hijos.
Son muchos los padres y tutores que nos solicitáis pautas para continuar durante el curso
los hábitos y técnicas de trabajo adquiridos en nuestros programas de verano.
Mirad, debemos partir de una premisa fundamental: los resultados escolares no
dependen exclusivamente de las capacidades, sino más bien de los hábitos de
estudio, del trabajo constante y ordenado, de la recuperación de la autoestima,
de la adquisición de los conocimientos necesarios que posibiliten dar un paso
más en el mundo del conocimiento. Y no tengáis ninguna duda de que la clave
para el éxito en esta cuestión radica en involucrarse de verdad y no mirar de
reojo, porque hay que estar especialmente atento y dejar de lado determinadas
actitudes permisivas que confundimos con tener mano izquierda con ellos.
Dicho esto, ¿por qué no seguir una metodología específica y cambiar hábitos
para comenzar este nuevo curso? ¿Qué podemos perder con intentarlo?
Un buen inicio sería sentarnos con
nuestros hijos para poner en claro la situación. La educación parte del diálogo y es importante conocer los planteamientos de cada una de las
partes antes de decidir nada. No se trata de ceder a sus demandas, se trata más
bien de acercar posturas y llegar a un punto de consenso para establecer un
acuerdo. Se debe saber hasta dónde se quiere llegar y, en consecuencia, hasta
dónde se puede ceder y, por supuesto, definir claramente cuáles son sus responsabilidades. Es necesario
ser inflexible en esta última parte y exigir que se cumplan los términos
acordados. Rebajar el nivel de exigencia es un error muy común y suele
convertirse en una constante; en lugar de eso, si no se cumple lo pactado, debemos
replantearnos de nuevo las obligaciones y beneficios acordados, no simplemente
disminuir las expectativas.
Por otra parte, debemos establecer un
plan de trabajo en el que se incluyan las horas en las que también nosotros
podamos ser partícipes y colaborar (tiene que ser el tiempo que podamos
realmente dedicar: no se trata de cantidad sino de calidad). De la misma forma que
delimitamos los tiempos de esparcimiento, hay que buscar espacios que poder
compartir con nuestros hijos para que alcancen un buen ritmo de trabajo y, por
consiguiente, unos satisfactorios resultados académicos. Sin caer en el error
de confundir nuestro rol como padres -no somos sus “colegas”- pero sí que necesitamos
complicidad y confianza para poder hablar con ellos. La confrontación es la
peor forma de conducir esta situación, por ello es necesario forjar la
autoestima y ahuyentar cualquier tipo de derrotismo; hay que motivar y dar
incentivos -bien ponderados y razonables-
en función de los resultados, que siempre serán consecuencia de un
esfuerzo mesurable. Se fijará un plan de trabajo que incluya unos horarios de
dedicación globales -horas de estudio- y específicos -dividido en materias-.
Unos correctos hábitos de estudio, no me cansaré
de repetirlo, es la mejor forma de alcanzar los resultados escolares que
esperamos de nuestros hijos. Fijar un plan de trabajo y cumplir los horarios a
rajatabla sólo es una pequeña parte del desarrollo de una buena base
metodológica, que hay que complementar con saber estudiar: subrayar
correctamente, realizar esquemas y mapas conceptuales con criterio, gestionar
correctamente el tiempo dedicado a cada materia, organizar el material de
estudio, hacer lecturas comprensivas, y sobre todo, encontrar la mejor forma de
comprender los conceptos que se estudian -aunque esto sea diferente según la
persona: cada mente es un mundo-. Todo ello,
y aunque cada cosa por separado pueda parecer prescindible y de poca
relevancia de cara al resultado final, es lo que marca la diferencia entre una
persona preparada y una que no lo está. La organización lo es todo en este
caso.
Si atendemos al tema de las distracciones,
aspecto del que se podrían escribir varias tesis, resta decir que hay que
reducirlas a su más mínima expresión. Las
horas de estudio son para ello, para el
estudio y nada más, ¿qué es eso de estar estudiando con el teléfono móvil al alcance de la mano? Cualquier entrada de
correo electrónico, mensaje de WhastApp, consulta de redes sociales y el largo
etcétera que nos brindan las nuevas tecnologías en materia de perder el tiempo
miserablemente, son elementos que hay que eliminar de la ecuación de inmediato.
¿O es que conciben una correcta asimilación de los conceptos de alguna materia
mientras se mantiene una conversación con un amigo, se vista una página web o
simplemente se está pendiente de que un pitido nos aparte de tan ardua tarea? No
estoy diciendo que el ordenador no sea una herramienta más para el estudio,
solo que su uso debe ser racional cuando se utiliza como fuente de información
académica.
Probablemente ya conozcamos esta
cantinela pero, por lo general, los planes de estudio suelen incumplirse por
diversos motivos: por la dificultad que entrañan, el esfuerzo que conllevan,
por las ya comentadas distracciones… Es por ello por lo que debemos supervisar
continuamente y asegurarnos de que se cumplen y se aprovechan los periodos de
trabajo. No se autoflagelen pensando en lo malos que son por retirar el
teléfono móvil, ordenador, videoconsola y demás parafernalia mientras estudian,
no es descabellado en ningún caso. Piensen que, en los tiempos que corren, la
cantidad de estímulos y distracciones se han multiplicado exponencialmente.
¿Y los profesores y tutores? Siempre
estarán ahí para apoyarnos y orientar nuestros esfuerzos, ¿por qué no contar con ellos? Es importante
mantener el contacto con el centro escolar para remar en la misma dirección y,
por supuesto, no los desautoricemos delante de nuestros hijos: son nuestros
aliados. Y pueden ayudarnos a fomentar hábitos como la lectura, la práctica de
algún deporte y, en general, dinámicas que ayuden al desarrollo de nuestros
hijos, no sólo están ahí para decirnos las fortalezas y flaquezas. Las notas
son solo un mero indicador, existen muchos más de los que estar pendientes para
que no nos llegue la información cuando ya no tiene remedio.
Pero, si hay un aspecto clave, es, sin
duda, la actitud y el comportamiento de puertas para adentro. El caos llama al
caos, así como el orden llama al compromiso y la responsabilidad. Hablamos de
la implicación de todos los miembros de la familia en las tareas diarias del
hogar, tan importantes o más que cualquier otra. Pueden parecer algo nimio y
sin importancia, pero son esas normas de convivencia las que rigen la verdadera
educación. Hablamos de respetar los horarios y los espacios comunes, organizar
cada una de las estancias, así como los efectos personales… El respeto y la responsabilidad
no nacen por sí solos, hay que moldearlos y enseñarlos, ¿cómo se va a forjar el
carácter de alguien si ni siquiera se respeta la unidad familiar?
Ya he insistido en otras ocasiones en la
dificultad de conciliar vida laboral y relación padres/hijos, del maldito
factor “tiempo” y de la importancia de la calidad del mismo frente a la
cantidad, pero hay que encontrar fórmulas porque nos jugamos mucho.
¿Lo intentamos?
Miguel Ángel Heredia
Presidente de Fundación
Piquer