“Una especie de mártir, sin duda alguna, puesto que hay dificultades, malos ratos, depresiones. En Inglaterra, hay muchos suicidios entre los profesores. No es broma. (...) Siempre digo a mis alumnos: «Uno no transige con sus pasiones. Las cosas que voy a tratar de presentarles son las que más me gustan. No veo necesidad de justificarlas». (...) Si un estudiante percibe que uno está un poco loco, poseído de alguna manera por aquello que enseña, es un primer paso. Quizá no esté de acuerdo; a lo peor, se burla; pero escuchará: se trata del milagroso instante en que comienza a establecerse el diálogo con una pasión”.
Esta parte del diálogo que mantienen en el maravilloso libro coescrito por ambos: “Elogio de la transmisión. Maestro y alumno” (Ediciones Siruela), me ha servido para reflexionar sobre dónde me gustaría llegar como maestro, sobre la puesta en práctica de una pedagogía de la exigencia, sobre la satisfacción de enseñar y de recibir, sobre qué hacer para que mis futuros alumnos sean capaces de pensar por sí mismos y vivan fuera de la amnesia muchas veces programada por el propio sistema educativo.
Hace pocos días leí un artículo titulado: “La autoridad de los profesores no llegará como resultado de una ley” (Diario“El País”-23/11/2009) en el cual el periodista Antonio Jiménez Barca entrevista a Andreas Schleicher, Coordinador de los Informes Pisa y Talis de la OCDE. Al leer el titular me detuve y pensé: ¿cómo que no?, pero al finalizar su lectura, el titular ya para mí tenía otro sentido: Parte de la autoridad del profesor vendrá por vía legislativa (algunas Comunidades Autónomas y el propio Ministerio de Educación están sondeando a la opinión pública e incluso iniciando proyectos legislativos) pero qué ocurre con la “autoridad moral”, ésta vendrá del compromiso asumido por todos y no de forma directa por medio de una norma, aquí en este punto es donde quiero remarcar lo que decía Steiner sobre la pasión por enseñar. Dejando al lado la ideología del periódico y no valorando en sí mismo el artículo en un intento de ser lo más neutral posible, me quedo con un comentario de un alumno a este artículo: “Hace dos años que terminé el instituto y tengo que decir que recuerdo como mis mejores profesores a dos, me gustaban porque ponían pasión al explicar, porque se notaba que disfrutaban al enseñar y eso hace disfrutar al alumno. Además de eso, eran exigentes pero sin ser autoritarios”.
Es necesario estar agradecido a todos mis maestros porque de todos he aprendido, de algunos incluso lo que nunca haré como docente y a otros les debo lo que soy, es más, lo que llegaré a ser. Ser maestro requiere una vocación de entrega, amabilidad, honradez, trabajo,… y esto puede ser agotador y decepcionante y crearnos una profunda acritud pero merecerá la pena “encontrarse con un alumno mucho más capaz que uno mismo, que llegará mucho más lejos, y que quizás llegue a crear una obra que futuros profesores enseñarán”.
Marcos Fernando de la Cruz Braojos
3º Magisterio (Lenguas Extranjeras)