En mayo de este mismo año, Arancha, una chica de 16
años se arrojó por el hueco de las escaleras de su casa. Carla, de 14, saltaba
desde un acantilado en 2013. El pasado octubre un niño de 11 años decidió
acabar con su vida tras dejar una nota a sus padres pidiéndoles perdón y
diciéndoles que no quería ir al colegio. ¿Qué está ocurriendo en los centros
escolares? ¿Hasta dónde hemos llegado? ¿Cómo hemos dejado que la situación
escape a nuestro control?
Hablamos del acoso
escolar, por supuesto. Un problema social que afecta a 1 de cada 4
menores escolarizados en España y que los
colegios no reconocen como tal, ya sea por desconocimiento o por el temor a una
mala publicidad; al fin y al cabo, ¿quién quiere tener fama de albergar
cualquier forma de acoso en su centro? De vez en cuando oímos casos en las
noticias, observamos con estupor que se producen suicidios, que muchos
escolares padecen importantes traumas, situaciones que abocan en que el
desarrollo de muchos alumnos quede considerablemente dañado… y que son contadas
las ocasiones en se toman medidas: escasas a priori y pocas a posteriori. Y
esto, señores, no se puede permitir por más tiempo. ¿Qué les parece si de una
vez nos implicamos todos los agentes, todos los protagonistas, todos los que,
en alguna ocasión por pasividad y en otras por mirar hacia otro lado, somos de
alguna manera cómplices?
Que es un problema difícil de combatir lo sabemos, que
es todavía más complicado de identificar, y por consiguiente de erradicar, por
el silencio que practican algunos alumnos ante el temor a ser
represaliados, también lo asumimos. Pero
no es menos veraz que, como cualquier conflicto complejo, requiere que TODA,
digo toda la Comunidad Educativa, la sociedad civil, las instituciones... pongamos
manos a la obra de una vez; porque no nos equivoquemos de nuevo: no hacerlo es
una irresponsabilidad compartida que nos convierte en culpables de tal
aberración.
Además, las nuevas tecnologías, como todo avance
tecnológico, nos ofrecen herramientas que suponen importantes avances en todos
los campos de la sociedad del conocimiento y del ocio pero comportan sus
peligros y aquí hay que estar muy atentos, especialmente en lo que afecta al
desarrollo de las personas, a la educación. Porque el ciberacoso no es un
problema independiente y creado por las redes sociales, es el acoso escolar de
siempre vestido de “prada” que los
jóvenes han canalizado a través de su canal de comunicación preferido, pero que
alcanza una inmediatez y fuerza brutales. Pero vuelvo a insistir: vigilar que
esto no se produzca es tarea de muchos.
No olvidemos otras formas más sutiles, casi
imperceptibles, de acoso psicológico y que pueden tener peor repercusión que
cualquier agresión verbal, como el aislamiento intencionado por parte
compañeros que no permiten participar a la víctima en actividades sociales
conjuntas, negándole la palabra o ignorándola, dinámicas que llevan a las
personas que no participan activamente en el acoso a desentenderse del fenómeno
por temor a ser nuevas víctimas.
Entrando en lo más importante, las soluciones, nos
preguntamos: ¿Cómo podemos actuar para prevenir el acoso escolar?
Lo primero de todo es concienciar a los adultos para que sepan reconocer
los primeros indicios en el entorno de la víctima. No estamos hablando de
agresiones físicas, que pueden darse o no y suponen la culminación de un
proceso muy complejo. Nos referimos al acoso psicológico que se traduce en motes despectivos, insultos,
intimidaciones o rumores malintencionados, que hacen que el acoso vaya
creciendo en intensidad. Malos ejemplos de esta no educación lo damos los adultos en situaciones cotidianas: actitudes
en la conducción del día a día; aficionados en partidos de fútbol… o, lo que es
peor, actuaciones lamentables de padres en partidos que juegan sus hijos.
Somos los adultos los que podemos poner freno a esta
realidad sin tener que implicar al agredido. Bajo ningún concepto se puede
minimizar el problema o pensar en la típica coletilla: “son cosas de niños”. Debemos enseñar a estas nuevas generaciones
que el acoso es muy grave y que burlarse de otros no es gracioso, esta
concienciación constituye un paso de gigante para que tomemos la actitud
correcta.
Y no perdamos de vista la necesidad de educar en
valores, dentro y fuera de la escuela: Respeto, tolerancia, dejar hablar,
escuchar, concienciar de que no somos el centro del mundo… Es primordial
hablarles de casos reales, hacer un ejercicio de empatía para que todos puedan
ponerse en el lugar de una persona acosada.
Haciendo entender el problema en su adecuada
perspectiva, podremos hacerles conocedores de las herramientas que existen para
denunciar el acoso y remarcar el concepto de que denunciar no es chivarse sino
actuar de forma justa. Ya existen programas especializados en muchos
centros de nuestro país para luchar contra esta problemática, pero la solución debe
partir de nuestros valores. Valores que debemos inculcar y practicar como
paradigma de vida.
Pero tampoco debemos confundir cualquier incidente aislado con el
acoso: los niños se pelean, eso es una realidad, el problema viene cuando la agresión
se convierte en reiteración, en cotidianeidad. No hacer nada nos convierte en parte
muy importante del problema y el papel de los padres es esencial para
detectarlo a tiempo. Debemos estar muy atentos a los cambios de conducta, a lo
síntomas psicosomáticos, al estado anímico o a las negativas a ir al colegio. Hay que actuar
en cuanto se detecte cualquiera de estos síntomas o se aprecie cualquier tipo
de abuso.
Hasta que no seamos conscientes del grave problema que supone en el
desarrollo de cualquier niño y en cómo puede llegar a marcar su conducta
futura, nunca solucionaremos el problema. El sistema está poniendo a
disposición de todos los mecanismos necesarios para acabar con esta pesadilla,
¿no creen que deberíamos aprovecharlos y no mirar hacia otro lado alegando que
es algo que ha pasado durante toda la vida? No nos convirtamos en cómplices
como meros espectadores de la función.
¿Nos implicamos?
Miguel Ángel Heredia
Presidente de Fundación Piquer
Colaborador habitual de la Revista Digital El Recreo