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Profesor D. José Cardona Andújar |
Afirmaba el inolvidable
don Ricardo Marín, patrimonio de lujo de la Facultad de Educación de la UNED,
que la supervivencia del ser humano ha de pagar el precioso tributo de la
imaginación. Esto implica que un objetivo esencial de los educadores sea
desarrollar la capacidad creativa de nuestros estudiantes. Y si hemos de abrir
caminos hacia ese rumbo venturoso, será necesario asumir, con todas sus
consecuencias en lo curricular y también en lo didáctico-metodológico, que
lenguaje y pensamiento han compartido una relación amorosa en el largo proceso
evolutivo de los seres vivos (filogénesis), y lo hacen, por tanto, en el de
cada uno de los individuos (ontogénesis).
Desarrollar la
competencia lingüística del sujeto que se educa es hacerlo con su capacidad de
pensar, fecunda geografía ésta donde residen, entre otras, las facultades de
imaginar y crear. En armonía con ello, sería bueno recuperar en familias y
escuelas (que es donde comienza la “cosa”) la práctica de la recitación
escolar, que es un medio educativo de primer orden, y genuino y valioso ejemplo
de pedagogía poética.
Mi apreciado don Ezequiel
Solana, condenado al ostracismo por el chovinismo de cierta pedagogía actual,
defendía (con ardor) que la recitación escolar educa el oído, fortalece los
órganos vocales, ejercita la memoria (otra potencia hoy en el exilio),
enriquece la inteligencia, aviva la atención, aumenta el vocabulario infantil,
abre nuevos horizontes a la fantasía (¿o renunciamos a Alonso Quijano?) y,
entre otras virtudes, despierta el sentimiento y gusto de lo bello y, cuando
las composiciones son adecuada y hábilmente escogidas, contribuyen
poderosamente a la educación moral.
En cada buen poema que se recita, se reflexiona y se
aprende, mora una lección educativa. Además, es tanta la riqueza de
aportaciones en este ámbito, que faltan días de labor en toda una vida escolar
para poder disfrutar del ingente número de poemas que se nos regala. Piense el
maestro en un tema curricular, en una lección oportuna o en un momento de
deleite artístico de-con sus educandos…siempre hay un poema para satisfacer una
necesidad pedagógica.
Aparte las
virtualidades formativas que la recitación encierra, era, y aún puede serlo, un
adecuado ejercicio para la relajación de alumnos y de profesores, cuando la
fatiga, el agotamiento, viene de la mano de un esfuerzo físico o mental intenso y
continuado en el aula, o en su diáspora. Esa fatiga que “enaniza” la motivación
y torna casi impermeable la capacidad de pensar, de aprender. Con referencia a
ello, afirmaba don Ezequiel Solana: “¡ Es
de ver, cuando los niños están cansados, y se les hace recitar un episodio
histórico, un cuento instructivo…o una pintoresca poesía de nuestros inspirados
poetas, cómo su rostro se anima y vuelve la alegría a su ánimo fatigado y
abatido!
Un recurso educativo valioso de pedagogía poética, y en el ámbito
didáctico de la imaginación, es lo que gustamos en nominar metodología de la metáfora. La metáfora, como figura retórica, la
encontramos con frecuencia en la poesía, en ese poema que, tantas veces,
convertimos en fiel y desinteresado compañero de las horas que vivimos, en
entrañable camarada de nuestro tiempo; un tiempo que, a día de hoy, se
manifiesta con frecuencia huraño, desapacible como una tormenta.
Las metáforas, de cualquier tipo que sean (bien comunes, de complemento
preposicional, o puras), son el hermoso producto de la imaginación del poeta: "Mientras por competir con tu cabello, oro bruñido, el sol
relumbra en vano” (L. de Góngora), “El
Sol, capitán redondo”, “El jinete se acercaba tocando el tambor del llano” (F.
G. Lorca), “Hojas secas de otoño giraban
en tu alma”
(P. Neruda), “El río, regidor de
resplandores”, “Era un hoyo no muy
hondo, casi en la flor de la sombra” (M. Hernández), “Los hilos del aguacero”, “Por estos campos de la tierra mía, bordados
de olivares polvorientos” (A. Machado), pueden ser buenos ejemplos, bellos
ejemplos, en los que el poeta, donándose a su imaginación, hurga en esas
camufladas relaciones que hay entre las cosas y que, con frecuencia, miramos y
no vemos.
La metáfora forma
parte de nuestro sistema conceptual y nos permite enlazar los atributos de un dominio cognitivo innovador y los que
ya integran la propia experiencia; esto es, establece conexiones entre lo que
conocemos y lo que hemos de aprender, contribuyendo, por tanto, a dotarnos de lúcidos
y enriquecedores puentes cognitivos. En consecuencia, el ser humano, bien sea
infante, adolescente o adulto, ha de esforzarse en encontrarla (de nuevo el
esfuerzo, ese valor de la vieja pedagogía, nos sale al encuentro, como un
fantasma que nos increpa, persistente), pues esa búsqueda, toda ella desafío y
exigencia, es, además, vereda, apenas sinuosa, de formación de pensamiento
divergente, es rumbo fértil hacia la creatividad imprescindible.
José Cardona Andújar
Catedrático Facultad de Educación (UNED)