viernes, 27 de junio de 2025

La inclusión empieza con la mirada y se fortalece con la tecnología

Hablar de inclusión en la educación hoy no solo significa reconocer un derecho fundamental, sino también atender una necesidad urgente en nuestras aulas y comunidades. Incluir va más allá de compartir un espacio físico; implica garantizar que cada estudiante tenga una verdadera oportunidad de aprender, respetando sus tiempos, habilidades, contextos y formas de comunicarse.

En este camino, gestos cotidianos como la forma en que miramos al otro pueden ser decisivos. La inclusión comienza cuando docentes, compañeros o instituciones logran ver al otro sin prejuicios, con empatía y disposición. He sido testigo de cómo esa mirada transforma realidades. Recuerdo a una estudiante con dificultades en el lenguaje que permanecía en silencio, hasta que una profesora supo escuchar más allá de las palabras. Con simples ajustes, como el uso de pictogramas, logró que la alumna participará activamente. El aula se volvió un entorno accesible para ella.

Hoy, además de esa sensibilidad humana, contamos con un aliado poderoso, la tecnología. Las herramientas digitales permiten personalizar el aprendizaje según las necesidades de cada estudiante. Existen aplicaciones que convierten texto en voz para quienes tiene dislexia o problemas visuales, plataformas que adaptan el contenido al ritmo de cada alumno, recursos interactivos que motivan a estudiantes con TDAH o autismo, e incluso tecnologías como la realidad aumentada que facilitan la comprensión de temas complejos.

Incluso dispositivos comunes como una tablet o un proyector pueden ser transformadores si se usan con una intención pedagógica inclusiva. Un video puede conectar con estudiantes visuales, y una actividad colaborativa en línea puede dar voz a quienes no se sienten cómodos hablando en clase. La tecnología, bien utilizada, no sustituye al docente, pero sí amplía sus posibilidades, permitiéndole llegar a más estudiantes de formas diversas. Sin embargo, el acceso a la tecnología no es suficiente. Se requiere formación docente, respaldo institucional y una reflexión crítica sobre su uso. La inclusión no depende solo de las herramientas, sino de decisiones conscientes sobre cómo, para qué y para quién se emplean. 

La educación inclusiva del siglo XXI necesita tanto de empatía como de innovación. Cuando se combinan la sensibilidad humana y los recursos tecnológicos adecuados, se crean aulas más abiertas, comprensivas y transformadoras. Educar para incluir es educar para convivir, respetar y construir una sociedad más equitativa. Ese cambio empieza en el aula, en cada gesto y en cada decisión. En este proceso, la tecnología no es el fin, sino una gran aliada para que nadie quede atrás.

La educación inclusiva del siglo XXI necesita tanto de empatía como de innovación. Cuando se combinan la sensibilidad humana y los recursos tecnológicos adecuados, se crean aulas más abiertas, comprensivas y transformadoras. Educar para incluir es educar para convivir, respetar y construir una sociedad más equitativa. Ese cambio empieza en el aula, en cada gesto y en cada decisión. En este proceso, la tecnología no es el fin, sino una gran aliada para que nadie quede atrás.

Paula Herrera 1º de educación infantil

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