Reflexionemos
hoy, si les parece, sobre deporte y educación. Y es que es curioso cómo la
violencia acompaña, en este caso al fútbol, cuando en realidad su propia esencia comulga
de todo lo contrario. No es la primera vez que algo tan deplorable salpica uno
de los deportes más importantes de nuestro país, ni por desgracia la última,
dejando en evidencia cada uno de los valores que hace grande una competición
entre dos equipos.
Se ha hablado
mucho sobre el último altercado ocurrido el pasado mes de marzo durante el
partido entre los equipos infantiles del Alaró y del Collerense en Mallorca. Se
ha condenado de mil formas la batalla,
esta es la expresión más adecuada, que mantuvieron numerosos asistentes al
encuentro y que ha obligado a ambos clubes a disculparse por tan bochornoso y
vergonzoso acto, pero nos falta lo más importante: ¿se habrán disculpado los
protagonistas ante sus hijos? Espero que sí, porque al fin y al cabo se trata
de eso: de retractarse de semejante muestra de lo que no es educación.
Si ustedes han
podido tener acceso a las imágenes, nada recomendables, puesto que dejan la
condición humana reducida a cenizas, pero necesarias si desean ver un ejemplo
de lo que no hay que hacer bajo ningún concepto, podrán apreciar con total
claridad a varios padres de niños de 12 y 13 años repartiendo a diestro y
siniestro, olvidándose de que su hijos estaban presentes y que están siendo
espectadores de tan patético espectáculo.
Celebremos que
la cosa no pasó a mayores, y lo digo porque pocos días después, en Buenos Aires,
tuvo lugar una pelea entre dos equipos de fútbol /sala de jugadores de 16 años en
la que un tío de uno de los chavales golpeó al entrenador del equipo rival
provocándole un coma que causaría su muerte 4 días después. Este triste hecho refleja
la magnitud del problema de la violencia en el mundo del fútbol y en la
sociedad en general, cómo niños y adolescentes de todo el mundo beben de una
educación exenta de los valores más esenciales.
Aunque no
debiera hacer falta mencionarlo, es de eso de lo que estamos hablando: de la
educación que estamos inculcando a los más jóvenes, de los ejemplos que damos
los adultos con nuestros actos, y de la
forma en la que proyectarán esas vivencias en el futuro. Ser un buen espejo es
algo implícito en la educación de cualquier ciudadano, e insisto porque aquí,
parte de la “tribu”, en palabras de Marina, no se entera de que el acto de
educar atañe a toda la sociedad, y que ese ejemplo es el principio básico del
proceso.
Si todavía hay
quien duda del nefasto y
contraproducente impacto educativo de este tipo de conductas, hagan por un
momento memoria e imagínense cualquier actividad deportiva (o lúdica) que
practicaban de niños, ¿cómo se sentirían si
viesen a su padre liarse a puñetazo limpio por una discrepancia pueril en un
deporte que debiera servir precisamente para lo contrario: fomentar valores
como el respeto, el trabajo en equipo…? ¿Cómo se sentirían si por ello acabara
malherido? ¿Imaginan el terror que hubieran sentido? ¿Y las sensaciones antes
de acudir a la cita del siguiente fin de semana? Y esto
pueden trasladarlo a cualquier aspecto de la vida, no sólo al fútbol y al
deporte.
Hay valores
tan importantes que pueden potenciarse a través del deporte, valores que una
persona nunca olvida y que son dignos de poder ser inculcados a nuestros hijos,
que me cuesta creer que se desvíe la atención, llegando a las manos, hacia si
ha sido o no fuera de juego.
Además del
compañerismo y del trabajo en equipo, el deporte debiera servir como
herramienta educativa en aspectos tan importantes como la constancia, que
enseña que los éxitos se consiguen con una sucesión de pequeñas victorias cada
día que pasa; el respeto por la figura del entrenador, entre otros, que dedica sus esfuerzos a convertirte en una
persona mejor; o la amistad que se forja por compartir momentos felices unas
veces y amargos en otros. Si eso no significa nada para ustedes, ¿en qué están
pensando cuando hablan de educación?
Porque no me
cansaré de repetirlo: aquella es la base en la que se asienta todo lo demás. Y
es que la simple adquisición de conocimientos no tiene sentido si no hablamos
de valores, que son los que permiten que una persona se forje como tal: la
honestidad, el respeto, la colaboración mutua o la misma resiliencia, por citar
algunos. Actuaciones como las que
comentamos son la antítesis de lo que defendemos.
Déjenme citar
a Francisco José Ramo Usón, Presidente del Comité Aragonés de Árbitros de
Fútbol, que en una entrevista para este
mismo diario y en referencia al suceso ocurrido en Mallorca, dijo: “Además de entrenar niños, habría que
entrenar padres”. Esa frase resume en parte lo que quiero transmitir en este artículo.
Que de una vez
por todas nos sirva de ejemplo lo ocurrido, que en nuestro día a día no
volvamos a olvidarnos hasta que otra vez los medios consideren noticiables
semejantes conductas: somos el faro de toda una generación a la que, si no
indicamos bien el camino, haremos encallar en el deporte y, por supuesto, en la
vida.
¿Nos
enteramos?
Miguel Ángel Heredia García
Presidente de Fundación Piquer