Al oír la palabra inclusión educativa, y sabiendo que ésta es el modo en el que la escuela da respuesta a la diversidad, se me viene a la cabeza el colegio en el que estudié desde 1º de Infantil hasta 2º de Bachillerato: Colegio Virgen del Carmen, conocido como centro educativo de inclusión.
A lo largo de mi formación académica he tenido compañeros/as de colegio con diferentes discapacidades, algunos de ellos en mi clase: Síndrome de Down, retraso intelectual, TDAH, altas capacidades, de minorías étnicas, con dificultades socioeconómicas procedentes de casas de acogida e incluso de otros países.
Para llevar a cabo un proceso de enseñanza-aprendizaje adecuado a las características de cada uno de estos niños/as, el colegio contaba tanto con recursos humanos como materiales para dicho proceso. A su vez, integraban a estos alumnos/as en nuestras aulas en las áreas de: tutoría, educación plástica y visual, tecnología, educación física, música y religión, pues el ritmo de aprendizaje y trabajo permitía su inclusión y socialización.
Por otra parte, al tener compañeros/as de estas características desde nuestra llegada al colegio, los veíamos como un compañero/a más, al que a veces habría que ayudarle y comprender que necesitaría más tiempo para asimilar ciertas cosas, así como comentarios nuestros de doble sentido, difíciles de comprender con ellos.
Desde mi propia experiencia, considero que es muy positivo tener compañeros/as con dichas características integrados en nuestras aulas, pues te ayuda a ver de otra forma la sociedad y de que no todo es tan fácil como parece. Así como gratificante al ver como algunos de ellos/as hoy en día evolucionan y progresan, síntoma de que el trabajo que profesores y compañeros/as realizamos en el colegio, ha dado su fruto. Son una lección de vida y un modelo a seguir.
Todo lo anterior muestra que es posible una inclusión educativa, si todos remamos en la misma dirección se puede conseguir, pero siempre con trabajo y esfuerzo.