Muchos han sido los debates de
expertos, y no tan expertos, sobre la profunda crisis económica que se
desencadenó en nuestro país en 2008 a raíz de la crisis económica mundial que
se inició un año antes. Y aunque los datos de la contabilidad nacional afirmen
que semejante debacle concluyó en 2014, es una realidad que la economía
española no ha recuperado todavía los valores previos a la crisis, sobre todo
en lo que se refiere al desempleo. Los numerosos casos de corrupción en altas
esferas, el final de la burbuja inmobiliaria, el paro juvenil y la crisis
bancaria de 2010 no hicieron más que agravar el problema, trasladándolo a un
plano que iba más allá de lo económico minando el espectro político y social.
Me vienen a la mente numerosos programas de televisión y radio hablando sobre
indicadores macroeconómicos, reformas legislativas y la disminución del
crédito, pero muy pocos (o más bien ninguno), hablaban sobre un aspecto clave
que podría haber atajado el problema antes de que ocurriera y que, por lo que
parece, ha sido relegado a un segundo plano durante todo este tiempo: la
educación.
Hace años impartí una conferencia
en la que hablaba sobre la introducción en la escuela de valores como el
emprendimiento y la gestión de la economía, entre otras cosas. Mi sorpresa fue
mayúscula cuando uno de los asistentes, en evidente demostración de que no se
había enterado de nada de lo que había expuesto, se acercó para decirme
que lo que pretendía con aquella charla era fabricar futuros empresarios y
economistas. Nada más lejos, esas palabras estaban orientadas a que la sociedad
tomara conciencia de la necesidad de acercar la educación a la realidad del día
a día, a lo cotidiano, a convertirla en algo verdaderamente útil a través de
valores como la responsabilidad, el esfuerzo, la implicación o la solidaridad.
Este sencillo ejemplo me sirve
para lanzar una pregunta a capón y sin tapujos, ¿por qué no hacemos una apuesta
por educar en la verdad para contar con personas más responsables? Al fin y al
cabo se trata de que nuestros jóvenes no cometan los mismos errores que
cometimos nosotros por desconocimiento y codicia. Desde Fundación Piquer venimos
apostando desde hace tiempo, y hemos elaborado las herramientas
correspondientes, por la formación económica de los estudiantes de todos los
niveles. Y no hablo solo de conceptos, hablo también de los valores que
acompañan o deberían acompañarlos. El
programa de innovación educativa Escuela Activa incluye lo que llamamos Escuela
Financiera, una forma diferente de que los alumnos aprendan la “economía de
andar por casa”, conceptos elementales de lo que es la economía, empezando por
la doméstica, ¿o acaso no deben saber nuestros hijos y estudiantes qué son
gastos e ingresos, qué es una hipoteca o qué recibos pagamos cada mes?, ¿no
deben saber de qué recursos disponemos, en qué los gastamos y cuál es su
responsabilidad en el correcto uso de los mismos?, ¿debemos mantenerlos en una
urna de cristal ajenos a todo lo real, esperando que sean mayores para que se
enteren de los mecanismos que rigen la sociedad en la que viven?
Si bien es cierto que ya existen
medidas que tienen como objetivo fundamental el desarrollo del pensamiento
crítico de los más jóvenes en torno a los conceptos financieros del día a día,
es necesario profundizar más. No se trata únicamente de que los chicos/as sepan
qué es el ahorro, la diferencia entre el débito y crédito, o a qué productos se
les aplica un determinado tipo de IVA. Debemos ser consecuentes y adoptar
objetivos educativos rigurosos que apuesten por la formación en valores.
¿Queremos que nuestros hijos sepan al dedillo la definición de ahorro, o que
sean buenos ahorradores en el futuro?
Por ello se antoja crucial la
inserción de este tipo de programas en la vida académica del alumno desde
edades tempranas. Y no, insisto, no se trata de crear nuevas asignaturas que
sean susceptibles de cambio con la llegada de nuevas legislaturas. Se trata de
que el buen uso de la economía acompañe a los estudiantes a lo largo de toda su
formación. De este modo, conseguiremos que el fin último de la educación
(formar y enseñar) acabe dando solución al gran problema de generaciones
pasadas: el desconocimiento y la ignorancia económica. Y si hay algo a lo que
la crisis no puede hacer frente es a la capacidad de reacción del ser humano.
La sociedad está tomando conciencia para evitar que los riesgos económicos que,
a día de hoy, siguen siendo noticia de actualidad, tengan presencia en el
futuro. Así, la formación y la educación económica aparecen como el trayecto
más seguro de cara a un mañana más estable. Y es que, cuando de forma práctica,
a través de situaciones de la vida cotidiana, podemos hacer entender a nuestros
alumnos que la economía y sus factores no son conceptos abstractos sino que se
dan en su día a día y en el de sus familias, no estamos sino enseñando, por una
parte, y educando, por otra. O lo que es lo mismo: estamos caminando hacia el
futuro.
Resulta prioritario avanzar en la
formación de los más jóvenes con propuestas encaminadas hacia la innovación,
los valores y el pragmatismo. Toda iniciativa dirigida a conseguir que los alumnos
adquieran los más elementales conocimientos de economía, ayudará a forjar un
futuro económico productivo, responsable e independiente, que es tan importante
como necesario. No se trata solo de afianzar contenidos teóricos, el desarrollo
de actividades de carácter financiero debe llevar por bandera la consigna del
desarrollo de habilidades cognitivas, así como el afianzamiento en la práctica
de los valores educativos que, a buen seguro, estarán muy presentes en el
futuro de todos.
¿Nos lo planteamos?
Miguel Ángel Heredia
Presidente de Fundación Piquer