Hace apenas unas semanas mientras cenábamos, mi grupo de amigas y yo, en el que se incluye una futura integradora social, hablamos de manera informal sobre los problemas de las personas con necesidades especiales, la conversación empezó al ver a un chico que frecuenta con asiduidad el restaurante donde estábamos que casualmente tiene Síndrome de Down. Este chico en particular cuenta con un trabajo de camarero en este restaurante y hace un gran trabajo, pero la sociedad no lo acepta e incluso piden que les atienda otra persona solo porque ven su aspecto y eso les echa para atrás.
Pues como decía, estábamos cenando, y desde la mesa de al lado, donde estaban sentadas dos personas no mucho mayores que nosotras (unos 25 años como mucho), nos llegaban comentarios del tipo: "¿Y tu crees que se le caerá la baba en la comida que sirve?", "A mi desde luego que me atienda otro, por si acaso", etc., con las consiguientes risas. El chico que no es tonto las escuchaba, ya que ellas tampoco hacían nada para ocultar o disimular estos comentarios. Se metió en las cocinas y no salió hasta que estas personas no se fueron.
Nosotras intentamos hablar con ellas y hacerles entrar en razón para que se disculpasen con el chico, cosa que no conseguimos, finalmente se marcharon sin dar su brazo a torcer.
Lo que quiero mostrar con esto es la impotencia de las personas con discapacidad ante los comentarios ofensivos de la gente, y la inactividad de la sociedad frente a los comportamientos de los demás.
Una persona sola no consigue nada, pero si todos juntamos fuerzas conseguiremos que el pensamiento de la gente cambie. Una multitud puede mover montañas.
Nosotras solo conseguimos que se marchasen sin cenar, y que el empleado saliese de su escondite y cumpliese con su trabajo con tranquilidad.
Por algo se empieza.
Piedad Hidalgo Baltasar
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