Tradicionalmente, el juego siempre ha sido visto como una actividad recreativa muy separada del aprendizaje académico de los alumnos. Sin embargo, en el contexto actual de transformación educativa y social, el juego se presenta como una herramienta clave no solo para enseñar contenidos, sino también para construir una sociedad más inclusiva, participativa y consciente. Esta reflexión tiene como objetivo poner el foco en cómo el juego desde una perspectiva pedagógica y social, puede fomentar valores democráticos, habilidades socioemocionales y aprendizajes significativos en el alumnado de Educación Primaria.
Diferentes investigaciones han demostrado que el juego es una forma natural de aprender (Gray, 2013). También es interesante mencionar que el juego es una actividad que promueve la exploración, la creatividad, el trabajo cooperativo y la resolución de conflictos de los alumnos. La Convención sobre los Derechos del Niño (ONU, 1989) reconoce el juego como un derecho fundamental, tanto en el acceso a la educación o a la salud, es decir, jugar no es un lujo, sino una necesidad vital para el desarrollo integral del niño.
Más allá del entretenimiento, el juego es una poderosa herramienta de transformación social. A través de dinámicas lúdicas, los niños pueden llegar a aprender a respetar turnos, resolver desacuerdos entre compañeros, tomar decisiones en grupo, asumir roles diferentes o también a desarrollar la empatía de cada uno. En este contexto, el juego busca promover valores como la inclusión, el respeto, la igualdad de género, la cooperación o la solidaridad, que en mi opinión son esenciales en una sociedad democrática como la actual.
En aulas donde se fomenta el juego colaborativo y simbólico, es más probable que se desarrollen climas de convivencia positiva y respeto a la diversidad (Sánchez-Valverde, 2019). Esto convierte al juego en una estrategia educativa no sólo útil, sino también imprescindible para formar ciudadanos responsables y críticos.
Uno de los aspectos más preocupantes es que en los entornos más desfavorecidos, el juego suele estar ausente debido a la falta de recursos, tiempo o espacios adecuados. El juego en la escuela puede convertirse en un instrumento bastante importante a nivel social ya que iguala oportunidades, refuerza la autoestima de los alumnos y permite aprender sin la presión del error o el juicio constante.
Además, también es interesante mencionar que los juegos cooperativos y no competitivos pueden llegar a ofrecer una alternativa a modelos educativos que premian al "mejor" y excluye al "diferente". Integrar el juego en las dinámicas de aula ayuda a construir entornos más inclusivos y respetuosos con la diversidad funcional, cultural o lingüística.
Para que el juego pueda llegar a cumplir una función transformadora, no solo basta con "dejar jugar" a los alumnos, sino que los maestros deberán convertirse en un mediador lúdico capaz de diseñar experiencias significativas, seleccionar materiales adecuados, observar y guiar los procesos de aprendizaje que pueden llegar a salir del juego.
Es muy importante recuperar el juego como una herramienta pedagógica y social. Jugar no solo enseña, sino que transforma y además puede llegar a permitir construir juntos una escuela donde el aprendizaje sea significativo, los vínculos más fuertes y la convivencia más humana.
Como futuros docentes, deberíamos reivindicar el valor del juego como un gran motor de inclusión, de aprendizaje profundo y de cambio social. Porque, al fin y al cabo, una escuela que juega es una escuela que educa desde la alegría, la empatía y la creatividad.
PABLO ROLDÁN RABANALES
2º de Magisterio Educación Primaria - Curso 24/25
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