Vivimos en un tiempo en el que la tecnología crece a gran velocidad, y la inteligencia artificial se ha transformado en una de las figuras clave de esta transformación. La inteligencia artificial ya es parte de nuestra vida diaria: desde las sugerencias que nos ofrecen en plataformas digitales hasta los asistentes virtuales que nos asisten en tareas diarias. Sin embargo, ¿de qué manera impacta la IA en el sector educativo y, por lo tanto, en la sociedad?
En el ámbito educativo, la IA presenta posibilidades fascinantes. Por ejemplo, puede ajustarse al ritmo de aprendizaje de cada alumno, ofreciendo ejercicios personalizados que se adecuan a sus requerimientos. Esto implica que un estudiante que requiere más tiempo para entender un concepto puede obtener ayuda adicional, mientras que otro que progresa más rápidamente puede encontrarse con nuevos retos. Esta adaptación del aprendizaje puede impulsar la motivación y el interés por aprender.
Asimismo, la IA puede gestionar labores repetitivas, como la corrección de exámenes de opción múltiple, lo que da a los docentes la oportunidad de enfocarse más en actividades que requieren interacción personal, como guiar a los estudiantes, aclarar dudas y estimular el pensamiento crítico. Igualmente puede facilitar la identificación de áreas donde un grupo de alumnos enfrenta problemas, lo que permite al docente modificar su enseñanza para tratar esos temas determinados.
Pero no todo son beneficios. Es fundamental estar al tanto de los retos que la IA implica. Una de estas cuestiones es la privacidad de la información. Para que la IA opere adecuadamente, debe reunir datos sobre los estudiantes, y es esencial asegurar que esta información se gestione de forma segura. Otro reto es prevenir que la sobre dependencia de la tecnología disminuya la interacción humana en el aula, dado que las relaciones entre maestros y alumnos son fundamentales para el crecimiento emocional y social. Ya que la IA no puede experimentar emociones o comprender realmente las dinámicas sociales que ocurren en un aula.
Por ejemplo, si un alumno se siente triste, frustrado o enfrenta una dificultad en su hogar, la IA no puede notar ni empatizar realmente. Tampoco es capaz de percibir tensiones entre compañeros, darse cuenta si alguien está siendo menospreciado, o comprender el contexto emocional que hay tras una expresión, un silencio, o una conducta. Ahí es donde aparecen los docentes, que no solo imparten conocimientos, sino que también pueden percibir y entender los sentimientos de sus estudiantes, identificar dificultades en la convivencia y fomentar un entorno seguro y de confianza.
Asimismo, debemos garantizar que todos los estudiantes puedan acceder a estas tecnologías. No debemos dejar que la brecha digital amplíe las desigualdades actuales. Es imprescindible establecer políticas que aseguren que la IA beneficie equitativamente a todos, sin importar su situación socioeconómica.
Como futura maestra, pienso que la IA es un recurso importante que, si se emplea correctamente, puede mejorar el proceso de aprendizaje y favorecer una sociedad más equitativa. Sin embargo, considero que es fundamental sostener el equilibrio, teniendo presente que la educación no se limita a impartir saberes, sino a cultivar individuos críticos, empáticos y comprometidos con su comunidad.
En resumen, la inteligencia artificial puede cambiar la educación y la sociedad. Nos corresponde a nosotros, como docentes, emplearla de forma responsable, garantizando que siempre esté al servicio del ser humano y no al contrario.
Mónica Serrano Martín
2ºA Educación Primaria
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