Nuestra sociedad necesita más alegría. Cada día, ponemos el telediario y nos invaden las malas noticias: violencia, cambio climático, crisis, pobreza… Esto nos deja una sensación de malestar que, con frecuencia, nos lleva a apagar la televisión. Sin embargo, girar la cara e ignorarlo no resuelve los problemas. Y por el contrario, seguro que algo, por poco que sea, podríamos mejorar si, como ciudadanos, nos lo propusiéramos seriamente. Algo tan sencillo como sonreír más, sin duda provocaría un efecto positivo en nuestro propio bienestar y en el de quienes nos rodean.
Con motivo del Día Mundial de la Sonrisa, desde Fundación Lealtad, entidad que acredita la transparencia y buenas prácticas de las organizaciones no lucrativas, ha identificado cinco sencillas maneras de generar impacto positivo en nuestra sociedad.
SONREÍR MÁS. Mucho se ha hablado ya de los innumerables beneficios de la risa, que es capaz de estimular el corazón, los pulmones y los músculos, de reducir el estrés y de aumentar las endorfinas que se liberan en el cerebro, conocidas como las hormonas de la felicidad. La risa es, además, contagiosa, con lo que es un vehículo que transporta felicidad hacia los demás.
Pero más allá de la carcajada, sonreír es todavía más sencillo, es parte del lenguaje universal del ser humano, y es muy gratificante. Quien sonríe regala bienestar. Con una sonrisa transmitimos nuestro apoyo a otra persona, le damos confianza y mejoramos su autoestima. Regalar una sonrisa en el ascensor, en el metro, al llegar a trabajar, puede alegrar el día a alguien. Al pagar en una tienda o en un bar, haremos sentir a la persona que está al otro lado que su trabajo merece la pena.
AMABILIDAD Y EDUCACIÓN. En realidad, tiene mucho que ver con el punto anterior. Saludar, dar las gracias, pedir las cosas por favor… y hacerlo mirando a la persona a quien nos dirigimos. Estas cosas, que toda la vida se han enseñado a los niños como una parte fundamental de su educación, parece que muchas veces se nos olvidan cuando llegamos a la edad adulta. Los demás no tienen la culpa de que hayamos tenido un mal día en el trabajo, o de que tengamos un problema en casa. Pero tendemos a ensimismarnos, generando a nuestro alrededor un círculo de malas vibraciones.
Por el contrario, pequeños gestos de amabilidad como preguntar al compañero de trabajo por su familiar enfermo, desearle al frutero que pase un buen fin de semana, decirle a tu pareja que le sienta muy bien esa camisa nueva, o al cocinero que estaba deliciosa la comida que ha preparado, son formas de hacer sentir bien a las personas, y por muy poco. Y si además se dice con una sonrisa, el efecto se multiplica.
COMUNIDADES DE PROXIMIDAD. El ritmo que llevamos y el estilo de vida actual han hecho que nos “desenchufemos” de nuestros vecinos. Se han perdido esas relaciones de antaño, cuando cada portal era como una gran familia, cuando había vida de barrio y todo el mundo se conocía. La era tecnológica es también la era del individualismo. Es tiempo de recuperar esa vida vecinal, de crear comunidades de proximidad en las que cada uno pueda aportar algo positivo a alguien que lo necesita.
La pandemia recuperó ese espíritu vecinal en algunos lugares. De repente, el joven se acordaba de la persona mayor que vivía sola en su portal y no podía salir a la calle, y se ofrecía a traerle la compra, y de paso charlaba un poco con ella. Basta eso para hacer sentir mejor a una persona mayor. También la tecnología está ayudando a organizar redes de proximidad, en las que es posible conectar con otros vecinos del barrio para ayudarse con lo que cada uno sabe hacer, ofrecer compañía y, por qué no, también diversión y distracción.
CONSUMO CONSCIENTE. El planeta también necesita ayuda. Y hay mucho que hacer. Los gobiernos, las empresas, tienen la obligación de tomar medidas para reducir el impacto ambiental y contribuir a frenar el cambio climático. Pero nosotros, como ciudadanos, tenemos una gran responsabilidad. Las pequeñas decisiones del día a día tienen un impacto mucho más grande de lo que pensamos en el entorno, y está en nuestra mano que ese impacto sea positivo o negativo.
Por ejemplo, a la hora de hacer la compra, podemos descartar los plásticos de un solo uso, incluidos los envoltorios. Si se nos estropea un aparato eléctrico o electrónico, podemos intentar repararlo antes que directamente sustituirlo y convertirlo en basura tecnológica. En casa, debemos concienciarnos de la importancia de reciclar todo lo posible (vidrio, envases, papel, pilas, cápsulas de café, aceite usado…). No malgastar el agua ni la energía no solo será bueno para nuestro bolsillo, también será responsable con el planeta. Evitar el coche particular cuando es posible ir andando, en bici o en transporte público ayudará a reducir las emisiones contaminantes… El abanico de posibilidades es amplio, la clave está en tomar conciencia de nuestro papel.
VOLUNTARIADO Y DONACIONES. A veces, queremos hacer algo por los demás pero no sabemos por dónde empezar. O tenemos la sensación de que poco podemos hacer por nuestra cuenta. Por suerte, en el tercer sector existen cientos de iniciativas en las que podemos colaborar. Puede ser a través de un voluntariado activo, regalando nuestro tiempo a otras personas o causas, o mediante donaciones de dinero o de bienes materiales que servirán para prestar servicios básicos a colectivos que lo necesitan.
En este punto, antes de elegir la ONG con la que vamos a colaborar, es fundamental asegurarse de que cumple con unos estándares de transparencia y buenas prácticas, para estar tranquilos de que dará un buen uso a esos fondos. El tercer sector es un pilar básico para la sociedad, pues muchas veces llega donde las administraciones no llegan. Su papel es imprescindible, como se ha demostrado recientemente en crisis como la de Ucrania o durante la pandemia. Por eso, apoyar a estas organizaciones es una forma clara de contribuir a construir un mundo mejor.
No parece muy complicado… ¿Cuándo empezamos?
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