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domingo, 27 de mayo de 2018

Aprendices de gatos


Extrañamente convivimos con gatos. Unos más notables que otros. Observan el espacio donde viven e identifican los miedos de los otros. Sin mayor ruido llegan a las oficinas y solicitan, según su estado de embriaguez, lo que desean: agua, comida o cariño. Seguramente algunos de los tres deseos serán cumplidos por un alma caritativa, especialmente si se trata de un protector de animales, suelto en la selva de concreto.

Los ojos azules se abren cada día para alertar a los alérgicos o asmáticos y establecer una especie de pacto: -No me desprecies, soy una bomba de alérgeno. Ante esa amenaza no queda sino ver desfilar su gran silueta y los pelos cayéndose como en una cascada de nieve. ¡Qué locura! Convivir con mininos en espacios cerrados. Lástima que no sea al modo de aquel curioso café japonés. ¡Primera clase de atención y mimos!, alejado de la rutina y el hastío de la ciudad.

Pero, ese gato no pertenece a esa clase de meninos nipones. Pierde su condición de vida ordinaria para instaurarse en mi vida todos los días. Antes de ingresar a la oficina ya está allí. En el almuerzo espera su ración y a la salida se esconde para ver como mi silueta se pierde en medio de la grata compañía.


Dibujo elaborado por la autora

Sí, lo siento amigos, no me gustan los gatos. Ellos me aman. Su silenciosa compañía me ha enseñado a extrañarlos. Los mejores cuidadores de gente solitaria. A mí me encanta tenerlos como observadores, sobre todo cuando estoy al frente del computador. Ahora te doy la razón estimado Garmendia. El gato está con el escritor. No me deja sola. Sus ojos azules me llevan al mundo de las palabras e imágenes y por día mis dedos se deslizan con facilidad sobre el teclado.

En una ocasión alcancé las diez páginas de un ensayo en un día. Lo celebré de la forma más curiosa. Le conté al menino algunas ideas de la filosofía del cine y con su cola me mostraba si le parecía interesante. En medio de esta conversación, uno de mis compañeros se rió a carcajadas. ¡Ja, ja, ja! ¿Hasta cuándo te comportarás como un aprendiz de gato?

¿Aprendiz de gato? Vaya ocurrencia ésta. Un término extraño y mágico. Pensándolo bien no sé si era en tono de mofa o una dosis de experiencia masculina aquellas palabras. Nunca hubiese imaginado semejante ocurrencia hasta ese día.

Aunque no tengo los bigotes de gatos, dispongo de sensores de escritora. Un poco de intuición y cultura general, miden cuánto no puedo transmitir. Las imágenes vuelan alrededor de mi cabeza hasta que con un pequeño salto las tomo. Si no las agarro con fuerza se escurren y esconden. ¡Ah! Al mejor estilo de un cazador menino luzco orgullosa con la presa capturada. Luego me agito de la emoción y elimino un poco de células muertas en vez de pelos.

Pensándolo bien tengo alma de menino de lo contrario no lo escuchara cuando me escucha. Miauuuu es un cambio en el tono del mensaje. No se trata de pedir comida ni de solicitar algo sino de reafirmar la presencia en este mundo terrenal. A veces su rostro cambia y me recuerda a alguien. Probablemente a un ex jefe, un amigo o un admirador. Las miradas no son las mismas cuando le cuento de mis escritos al silencio de los demás días.

Querido compañero, no estás equivocado. Sí soy un aprendiz de gato. Si tú lo identificaste, entonces también lo eres. Somos una pequeña legión muy singular. Pequeña entre la multitud de pieles humanas. A los gatos nos gusta cambiar de ambiente cuando sentimos la fuerza del cambio. Nos alertamos cuando sentimos el peso de las emociones negativas. No me verán morderle la cola a alguien por muy larga que sea.

Los aprendices de gatos andamos sigilosamente entre las oficinas para transformarlo todo. Nuestra presencia tiene olor a sabiduría, embriaguez y comicidad. Por eso nos dedicamos a escribir, así nunca lleguemos a ser escritores consagrados. Existimos en medio de las competencias, ataques de orgullo y ansiedad por salir al encuentro de otros.

Tal vez hoy decida tomar un poco de sol y cerrar los ojos bajo a aquel árbol de mangos de la plaza. Pararé aquel ritmo de trabajo de diez páginas por cero. Un acto de justicia para mí misma. Ya mis dedos no los siento y mi espalda me pide a gritos extenderse totalmente. Mis ojos ya no se mantienen abiertos ante el resplandor de la pantalla. ¡Vaya! Estos cristales no son antirreflejos. Un engaño más a la inocencia de esta gata. Ah, tengo un campo de visión envidiable. La otra vez vi a una compañera apuntándome hasta quedarse congelada por algunos minutos.

Luego de esta confesión mis estimados lectores (as), cierren sus ojos y adivinen mi rostro gatuno. Pensaré incluirlos en mi próximo cuento. Allí les contaré de mi historia de amor y otros escritos.


Claritza Arlenet Peña Zerpa

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