"Suena el despertador. Son las siete de la mañana. De nuevo lunes, de nuevo las prisas. En casa de los padres de María y Pablo los últimos pitidos del contestador se unen a las voces altas que desde primera hora de la mañana dejan claro que no hay tiempo para nada. Hay que asearse y vestirse rápido, desayunar rápido, coger algo de almuerzo rápido y salir rápidamente hacia el colegio para que los papás no lleguen tarde al trabajo. Todo es rápido. Siempre es rápido.
Y, en el colegio, más de lo mismo. Materia tras materia, con un sinfín de deberes y con la agenda escolar siempre pendiente del próximo examen y con los dedos cruzados para que no coincida con el campeonato de fútbol, la exhibición de baile o la visita al dentista. Así es el día a día de miles de niños y miles de padres, eso en el mejor de los casos, claro está. Y es que aún peor sería que los papás no tuvieran trabajo o que los niños no tuvieran papás que les llevaran a golpe de reloj."
En mi opinión, las tendencias nos imponen un ritmo del que no podemos salir, y lo peor, es que se lo estamos transmitiendo a los pequeños e incluso en algunos casos llegamos a verlo normal. Ya nos levantamos estresados por el tiempo que tenemos programado y damos prioridad a cosas que a veces ni la tienen a pesar de sentirnos agobiados.
Es necesario disfrutar del tiempo compartido, de nuestras experiencias. Se nos olvida que la buena enseñanza es el ejemplo y a veces empezamos a fallar a los que más nos importan: nuestros pequeños.
Se deberían recuperar valores, actitudes, conversaciones familiares, paseos con amigos, y así, y de manera relajada, descubriremos que en la vida cotidiana, que en el día a día, también se aprende lengua, matemáticas, cono, a empatizar con los demás, etc. y más sabiduría que en ocasiones no viene en los libros de texto.
BEATRIZ ABENOJAR VEGA
2º B MAGISTERIO PRIMARIA
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