Cuando no hay otra salida, tomamos decisiones desesperadas que ni siquiera nos plantearíamos en otras circunstancias. Cuando nos encontramos muchas veces en esa misma situación sin salida, abogamos por la solución más sencilla que ya nos ayudó la primera vez. Cuando nos quedamos sin capacidad de razonar, cuando no sabemos cómo hacer prevalecer nuestras ideas… cuando no hay otra salida, usamos la violencia.
Cuando usamos la violencia contra los niños, nos deslegitimamos como adultos, padres o maestros, porque demostramos que no sabemos enseñar, sino imponernos sobre alguien más débil.
Educar, hacer crecer a un niño en todos los sentidos es una tarea que requiere muchas virtudes, y una que debe englobar a todas las demás: la paciencia. No podemos desesperar porque no consigamos hacer entender algo a un niño que se encierra en la terquedad propia de su edad. No podemos enseñarle que, finalmente, el argumento último y más poderoso es el golpe. No podemos enseñarle que el expresar y el comprender ideas es inútil, porque esos niños son la semilla del mundo que veremos surgir.
Si el niño aprende que lo que realmente le va a llevar a conseguir lo que quiere no es el respeto, sino el uso de la fuerza y del miedo, habremos fracasado como educadores.
Patricia RocaVera.
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